15/05/2007, Martes de la 6ª semana de Pascua. San Isidro
Hechos de los apóstoles 16, 22-34, Sal 137, 1-2a. 2bc y 3. 7c-8, san Juan 16, 5-11

Hoy es uno de esos días complicados para hacer el comentario del Evangelio, ya que son dos, aunque casi se sigan en el relato de San Juan. En Madrid capital celebraremos a nuestro Patrón, San Isidro, y en las demás iglesias de la Diócesis se leerá el Evangelio del martes de la sexta semana de Pascua.

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis y se realizará.” “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor.” Pueden parecer afirmaciones contradictorias: permanecer en Cristo, pero Cristo se marcha ¿Cómo estar junto a quién se ha ido?

Contemplemos la vida de San Isidro. A pesar de los muchos milagros que se le atribuyen la vida de San Isidro fue una vida corriente de un labrador de su época, en una pequeña villa, y por cuenta ajena, sirviendo a su señor, Juan de Vargas. Vivió pobre y murió pobre, compartió con los pobres como él lo poco que tenía y sirvió principalmente a su auténtico Señor, el del cielo. Madrid, el pequeño Madrid de entonces, era un pueblecillo defendido por sus murallas de los ataques de los musulmanes. Y como pueblo, pequeño y español era muy dado a los comentarios y a los chascarrillos. San Isidro tuvo que aguantar las chanzas y las burlas de los que le veían acudir diariamente a la iglesia y rezar sus oraciones. En una sociedad dura, en los siglos XI y XII, no le dirían lindezas exactamente, ni les refrenaría la lengua los respetos humanos. Pero San Isidro sabía quién era su Señor, y sólo a él servía. Hacía con la misma perfección su trabajo tras los bueyes, como su oración a su creador. Su trabajo de labrador le habría enseñado a tener paciencia, a saber que la tierra es dura, hay que roturarla y labrarla, quitar piedras, hacer surcos, regarla y esperar paciente –si el tiempo es benigno-, para recoger el fruto. Y esa paciencia le llevaría a no desfallecer nunca, a pesar de los pesares.

“Si permanecéis en mí.” San Isidro no quería estar sin Cristo, ese era su lugar. Fuese en Madrid, en Torrelaguna, con su mujer o su hijo o sudando en el campo, él estaba unido a Cristo. “Os conviene que yo me vaya.” El Defensor, el Espíritu Santo, enseñó a San Isidro a que él llevaría a los demás la caridad de Cristo, y por eso su vida tenía sentido y significado. Permanecer en Cristo no significa ser un sujeto pasivo y ser un muermo, significa hacer lo que Cristo quiere, y eso nos lo enseña el Espíritu Santo, si le dejamos.

Dicen algunos comentaristas que el Papa ha estado muy duro en Brasil. Sin embargo, tras leerme los discursos y homilías, el Papa sólo ha recordado las verdades del Evangelio, es decir, permanecer en Cristo, anunciar a Cristo y vivir según Cristo. Tal vez nos puedan atemorizar los insultos a los que podamos estar expuestos, las críticas que nos puedan hacer, a vivir `pobres y morir pobres, pero como San isidro habrá que agarrarse del arado, después de visitar a Cristo en la Eucaristía, y ponerse a sudar con el trabajo que tenemos que hacer.

San Isidro era un gran amigo de nuestra Madre la virgen. Junto a ella no hay trabajo grande. Imitemos su ejemplo en este mes de mayo.