16/05/2007, Miércoles de la 6ª semana de Pascua
Hechos de los apóstoles 17,15.22-18,1, Sal 148,1-2.11-12.13.14, san Juan 16,12-15

Sabihondo (o sabiondo, que de las dos formas puede escribirse, aunque el diccionario de Word no reconozca ninguna), es aquel que tiene la sabiduría tan hondamente enterrada que ni él mismo es capaz de encontrarla, aunque presume de ella. En este mundo hay mucho sabihondo, la prudente virtud del silencio cuando no se sabe algo parece desaparecida en un antiguo pasado. El sabio suele ser más callado que el sabihondo. Este enseguida opina, dice, comenta, dogmatiza y juzga. Aquel sopesa y medita y tal vez, sólo tal vez, al final hable.

Hoy San Pablo se las quiso dar de sabihondo (con todos los respetos). “Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo.” Sin duda quería lucirse. Recordaría sus tiempos de alumno aventajado en la escuela de Gamaliel, sus refutaciones y diatribas con los otros alumnos. Escarbaría en su memoria recordando sus lecturas (tal vez a escondidas), de los poetas griegos: “somos estirpe suya,” pondría en juego su mejor oratoria y gesticularía como los maestros de las escuelas griegas de pensamiento. Una estupenda puesta en escena y un fracaso rotundo. “De esto te oiremos hablar en otra ocasión.” Un sabihondo.

“Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.” La Sabiduría cristiana no nace en los libros (aunque es muy recomendable formarse y cuanto más mejor), sino en la docilidad al Espíritu Santo, a saber escuchar su voz, y para eso hace falta silencio. Cada día me convenzo más que en estos tiempos muchas veces es mejor callar que entrar en discusiones interminables. Hay muchos sordos que no quieren oír, muchos intelectuales que no quieren conocer, muchos cómodos que no quieren despertar. Los razonamientos no los moverán, la fe que actúa tal vez los interrogue.

Con esto no quiero decir que haya que callar las verdades u ocultar lo que es pecado y lo que no lo es. Pero no intentemos convencer son apologías si no van unidas a la santidad de vida. Sabemos bien que la santidad de vida no es haber logrado la perfección, que eso lo conseguiremos en la otra vida, sino caminar en la verdad. De eso se dará cuenta Pablo cuando marche, después de salir de Atenas, hacia Corinto y diga: “Nunca me he preciado de saber cosa alguna, sino a Jesucristo y este crucificado.”

Es entonces cuando pasa de sabihondo a sabio. Es cuando descubre que las almas no son de Pablo, de Apolo o de Cefas, sólo son de Cristo.

Nos vamos acercando hacia el día de Pentecostés. Sería bueno que cada día pidamos al Espíritu Santo que nos haga realmente sabios, al menos a mi falta me hace. Que le pidamos el don de saber callar, de escuchar, de que sea Él el que pondere las situaciones en nuestro interior y el que nos mueva a actuar.

La Virgen no es mujer de muchas palabras ni grandes discursos. Guarda las cosas en su corazón y entonces dice: “Haced lo que Él os diga.” Que ejemplo de sabiduría, que ella nos enseñe.