25/05/2007, Viernes de la 7ª semana de Pascua
Hechos de los apóstoles 25, 13-21 , Sal 102, 1-2. 11-12. 19-20ab, san Juan 21, 15-19

Los cambios de estaciones no son buenos, especialmente para los más mayores. Llevamos unos días en que se están muriendo mis viejitas. Suavemente, sin estrépito, durmiéndose dulcemente, mis viejecillas van entregando su alma a Dios. Ayer por la mañana daba la Unción de enfermos a otra, 93 años, muy débil, pero perfectamente lúcida. La imagen de la virgen de los Dolores, patrona de su pueblo, junto a la cama, a al lado un niño Jesús en su cuna. Recibió la Unción y la Sagrada Comunión con alegría, respondiendo a las oraciones, con serenidad. Luego, se quedó dando gracias a Dios en su cama, recitando las oraciones que aprendió cuando niña, hace casi un siglo. Mis viejitas me dan envidia, sana, pero envidia.

“Por tercera vez le pregunta: – «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: – «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: – «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»” El amor, también el amor humano pero aquí estamos hablando del amor de Dios, no se demuestra con un hecho aislado, a no ser que sea el último. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.” Se demuestra en la constancia una vez, y otra, y otra. Por eso me da envidia mucha gente mayor. Seguro que tienen mal genio a veces, son egoístas o se comportan como niños, pero en muchas ocasiones las veo aferrarse a Dios, a un amor profundo a la Virgen, y sus últimas palabras y pensamientos van dirigidas a su creador. Se me ocurre que tal vez, el día de mi muerte, esté yo preocupado de las cosas que quedan pendientes. O los niños de ahora, que al menos en mi barrio, aprenden las oraciones en la parroquia y las olvidan al año siguiente (ya he casado a unos cuantos que no se acuerdan del Padrenuestro), cuando esos niños sean viejecillos buscarán en su memoria alguna oración y sólo se acordarán de los nombres de los Pokemon. ¡Qué lástima!.

Festo nos resume lo que en ocasiones reciben los niños de Jesús: “se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su religión y de un difunto llamado Jesús.” A veces hemos convertido la fe en un tema de discusión, entre curas y otros curas, cosa de obispos y, tristemente, a veces que no hace relación ni a las religiosas (para encontrar entre las profesoras a la monja hay que buscar a la que viste con peor gusto). Ojalá pudiésemos trasmitir a los niños, a los jóvenes, a nosotros mismos, la frase que hoy no leemos, pero que San Juan dice unos versículos antes del Evangelio: “¡Es el Señor!”

La fe no es algo “para hacer cosas,” sino que hacemos las cosas por fe. Ojalá esa fe nos acompañe hasta la muerte, cuando Dios quiera. Es un don del espíritu Santo que hay que pedir.

Nuestra Madre la Virgen nos acompañe “ahora, y en la hora de nuestra muerte,” hasta la presencia de su Hijo.