07/06/2007, Jueves de la 9ª semana de Tiempo Ordinario
Tobías 6, 10-11; 7, 1. 9-17; 8, 4-9a, Sal 127, 1-2. 3. 4-5, san Marcos 12, 28b-34

La primera lectura de hoy nos trae inmediatamente a la memoria la Encíclica de Benedicto XVI, Dios es amor. En las primeras páginas de la misma señala el Papa la distinción y relación entre el eros y el agapé. El Papa, señala “el amor entre el hombre y la mujer, en la cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma”, es el “arquetipo por excelencia”, al que se reduce la multiplicidad de significados del término amor. Inmediatamente después señala como el término eros era utilizado en la mentalidad griega para designar el amor entre el hombre y la mujer, “que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano”.

Ese amor corre el peligro de reducirse al puro sexo y así deshumanizar a la persona. El agapé, en cambio designa un amor oblativo fundado en la fe. Al primero se le suele señalar un carácter ascendente y al segundo uno descendente. Sin embargo, señala el Papa, no sería bueno llevar al límite esa distinción. Al contrario, hay un punto en que ambos se encuentran y, de esa manera, la necesidad de ser amado que se expresa en el eros, es purificada hasta el punto de ser capaz de amar en el ágape. Porque el amor que Dios nos ofrece no se desentiende de la realidad humana sino que arraiga, purificándolo, en todo lo verdaderamente humano. El amor que nos ha sido manifestado en Jesucristo no se separa del mundo de lo humano, sino que arraiga firmemente en él.

Tobías reza junto a su mujer Sara. Lo hacen antes de acostarse en la noche de bodas pidiendo a Dios que purifique su pasión. La oración de los nuevos esposos reconoce la realidad de la criatura; ambos son conscientes de que el amor que se tienen, y que quieren conservar hasta la vejez, corre el peligro de desvirtuarse a causa de sus inclinaciones. El peligro del egoísmo los acecha y ellos lo saben. Por ello se ponen en manos de Dios y piden su protección. Es una oración muy bella.

La Iglesia no es enemiga de la sexualidad, bien al contrario la quiere y reconoce como algo puesto por Dios en el hombre y que juega un papel muy importante en la vida de la persona. En la vocación matrimonial el abrazo sexual entre el hombre y la mujer ocupa u lugar muy importante. Hay quien piensa, equivocadamente, que la Iglesia es enemiga del cuerpo. Es una solemne tontería. Lo que la Iglesia quiere, siguiendo el designio de Dios, es que ese amor no degenere y se vuelva inhumano sino que sea camino ara la realización de las personas en la entrega mutua.

Tobías y Sara rezan de acuerdo con el primer mandamiento de la ley. Ese por el cual pregunta el escriba a Jesús, como leemos en el Evangelio de hoy. Precisamente porque tienen grabado el mandamiento en su corazón pueden, también en su noche de bodas, levantar la mirada hacia el Señor. Es Él quien va a enseñarles a amarse verdaderamente como marido y mujer. Conscientes de su debilidad y de que la vocación a la que son llamados es muy grande le piden a Dios que se apiade de ellos.

Que la Virgen María nos conceda conocer nuestros límites para saber implorar la ayuda de Dios en todo momento. Pidamos que proteja especialmente a los jóvenes esposos para que su amor mutuo sea continuamente purificado pro el amor de Dios y así su felicidad sea más plena.