2º Samuel 12, 7-10. 13 Sal 31, 1-2. 5. 7. 11 Gálatas 2, 16. 19-21 San Lucas 7, 36-8, 3

Conozco a muchos que se declaran “agnósticos,” aunque no sepan muy bien qué significa eso. También conozco anticlericales (a los que comprendo muchas veces), anti-jerarquía, anti-ritos y los anti-todo. Pero no conozco (aunque los haya), anti-Jesús (no digo Anticristo, que de esos al menos hay uno). Los actores y los que se llaman intelectuales pueden meterse con la religión, con lo religioso y con las creencias de media humanidad, pero -excepto algún descerebrado-, nadie se mete con Jesús. Ningún político medianamente serio basaría su campaña en ridiculizar el personaje de Jesús, aunque lo utilice y lo manipule. Pero lo más triste es que para muchos, famosos o no, Jesús se ha convertido en eso, en un personaje. Con los personajes se guardan distancias y hacemos fiesta si los vemos de lejos durante un momento, nos pueden causar admiración o respeto, pero no amor. Cuando hay amor no hay personajes, no creo que la madre de Rafa Nadal llame a su hijo de usted. Por eso me da pena cuando veo, incluso sacerdotes, que hablan de Jesús constantemente –como un pesado de su serie de televisión favorita-, pero hablan de un personaje, sin amor, sin pasión, guardando las distancias.

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él.” Ese ve a Jesús como a un personaje, por eso se permite, cuando lo conoce un poco más de cerca, ponerle verde. Cuantos dicen: “Hoy Jesús haría lo que yo hago.” ¡Necios! Ojalá pudieran decir como San Pablo: “Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios.” Pero claro, es mucho más fácil manipular al personaje de Jesús que descubrir que Dios nos ama y que ese amor no se puede manipular. Al rey David le hubiera encantado que Dios le dijera: “Eres el rey, puedes hacer lo que quieras.” Pero sus palabras, ante las palabras de Natán, sólo pueden ser: “He pecado contra el Señor.

Quien no ama se justifica. Quien ama pide perdón y recibe perdón: “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.” Cuando decimos que el sacramento de la confesión está en crisis en realidad estamos afirmando que se ha enfriado el amor. Sí, tenemos a Jesús todo el día en los labios e incluso estamos cerca de él, pero tal vez pueda decirnos: “Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume.” Sería una lástima y, al menos yo, pasaría una vergüenza terrible. Todavía muchos dirán: “¿Quién es este?,” pero en el fondo es que les falta amor.

Jesús no es un personaje para admirar, ni tan siquiera un modelo a seguir. Jesucristo es Dios que me ama, con un corazón como el mío, me comprende plenamente y, si me atrevo a pedir perdón, me perdona con toda su misericordia, derramando sobre nosotros la misericordia de la Santísima Trinidad. ¿Todavía puedes decir que tus confesiones son rutinarias, o que vas a dilatar un poco más el tiempo de acercarte a pedir perdón? Entonces es que sigues amando poco.
Este mes del Sagrado Corazón acerquémonos a ese Corazón contritos y humillados, pero plenamente confiados, y descubriremos la alegría de la Virgen, alegría que no busca justificaciones, sino la Justificación que sólo viene de Dios.