2Cor 11, 1-11; Sal 110; Mt 6, 7-15

Bueno, ya sé que me los toleráis.” Así comienza hoy la carta de San Pablo a los Corintios, y así empiezo yo. De vez en cuando es bueno desvariar, máxime cuando he roto con todos mis principios y me he traído el ordenador a mis diez días de descanso para poder escribir el comentario. Pero Dios siempre es bueno y me ha tenido un par de días sin conexión a internet. Así que, recuperada la conexión, permitirme unos desvaríos.

Desvarío primero: “Se presenta cualquiera predicando un Jesús diferente del que yo predico, os propone un espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del que aceptasteis, y lo toleráis tan tranquilos.” Desgraciadamente esto pasa. So capa de una “sensibilidad” diferente, se pervierte el Evangelio, la Iglesia y el mismo don de la fe, y nos quedamos tan tranquilos. Lo máximo da para unos cuantos comentarios de café. Una de mis feligresas siempre me habla de su maestro (que por cierto, no se llama Jesús), que le enseñó a no confesarse auricularmente, a que la Misa es para cuando “la sientes,” y a que lo importante es la comodidad (perdón, quería decir comunidad, pero se me escapó el dedo). Ahora otros se alzan como intérpretes autorizados del Evangelio, como portavoces de la tradición auténtica de la Iglesia, como reformadores de la liturgia verdadera y como profetas de los nuevos tiempos, y un par de “¡qué cosas!” después seguimos leyendo el Marca.

Desvarío segundo: Me hacen gracia los que se autodenominan “portavoces de la comunidad.” Cualquiera que conozca mínimamente una parroquia sabe que los que en ellas suelen tener mayores responsabilidades suelen ser un calco de sus pastores. Sí, se puede discutir si es mejor hacer una asamblea un martes o un jueves, pero nadie pondrá en cuestión la necesidad de la asamblea si la ha propuesto el párroco (que por eso no fue elegido democráticamente por la comunidad, sino que se lo “impuso” el Obispo y el candidato no necesitó de unas elecciones).Me dirán que eso pasará en una comunidad muerta o poco participativa. Todavía espero que me presenten un párroco que haya hecho algo en contra de su voluntad en su parroquia (exceptuando el que las magdalenas de la fiesta estén rellenas de chocolate cuando él las prefiere de crema). A veces habrá que hacer cosas que no gusten o que no apetezcan, pero desde luego no actuar contra su conciencia. El sacerdote no es el portavoz de la comunidad, eso sería un líder sindical en su sindicato, sino el que hace presente el amor de Cristo en la parcela del pueblo de Dios que le ha sido encomendada, no la que él ha elegido.

Último desvarío: Cuando se pierde el sentido de la liturgia, cuando queremos hacer signos “significativos” en un mundo materialista que no entiende signos, acabamos haciendo celebraciones de la palabra. Llenamos la celebración de discursos, intervenciones, “ecos,” comentarios y moniciones. Para que una de mis viejitas le diga a la Virgen: ¡Guapa!, con todo su cariño, no tengo que explicarle nada. Así que esas celebraciones “cercanas a la comunidad” que se llenan de signos ininteligibles que hay que explicar con muchas palabras, se convierten, por arte de magia, en celebraciones burguesas en la que se destierra la contemplación para imponer la lógica del discurso, es decir, la verdad está en quien convence, que suele ser al que nadie entiende y no se atreven a refutarle. Refinando un poco la frase: “El conquistador, por cuidar de su conquista, se hace esclavo de lo que conquistó, es decir, que jorobando, se jorobó.” Los pobres (materiales y de espíritu), no usan muchas palabras, simplemente quieren hablar con su Padre Dios, no que se lo expliquen. Así que por hacer una liturgia “significativa” acabamos haciendo una liturgia burguesa, que excluye a los pobres y atrae a los charlatanes y buhoneros. Quien quiera entender, que entienda.

Esto ya no es un desvarío. Aprovecha hoy para rezar unos cuantos “padrenuestros” despacio, junto con la Virgen, que lo aprendería de los labios del mismo Jesús. Paladea sus palabras, pide por todo lo que tengas en el corazón, da gracias, perdona de corazón, contempla la maravilla de Dios. Y después, si quieres desvariar, desvaría.