1º Re 19, 16b.19-21. Sal 15 Gal 5,1. 13-18 Luc 9, 51-62

Las palabras importantes las estamos vaciando de sentido, cada día se usan más y se entienden menos. Amor, paz, solidaridad, fraternidad, derecho y libertad son algunas de esas palabras importantes, que podemos escuchar en un discurso de Naciones Unidas y en la boca de un delincuente antes de ir a la cárcel. Entre estos términos uno de los más cacareados es el de libertad. “Respeta mi libertad,” “No coartes mi libertad,” “Déjame elegir en libertad,” y un largo etcétera de frases, casi siempre carentes de significado, se escuchan a cada momento. En lo que coinciden muchos de estos que no se quitan la libertad de la boca es en decir que en la Iglesia no hay libertad. ¿Será verdad o será que añoran lo que ellos no tienen? ¿Qué es eso de la libertad?

“Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.” La libertad no es despego. El que se cree libre porque no está unido a nada es un desgraciado, ya que al final es esclavo de sí mismo y ¡qué mal amo podemos llegar a ser de nosotros mismos! Los que ayer se paseaban por las calles de Madrid mostrando su trasero al mundo entero en nombre de una pretendida “libertad sexual” van dando gritos de su esclavitud al sexo que es una parte, muy pequeña parte, de la riqueza de la vida humana. Si tienen una vida tan pequeña, tan reducida, tampoco es para ponerse orgullosos.

La libertad necesita decisiones y, una vez hechas, seguirlas. Hay personas que libremente arruinan su vida, se entregan a las decisiones que por ellos toma la publicidad, las modas y el ambiente imperante. Quien se compra un coche nuevo nunca dirá que ha sido porque le ha gustado el anuncio de la televisión, estaría diciendo que se ha dejado manipular. Presumirá de la potencia de su motor, de sus prestaciones y de su precio, pero en el fondo es que le gustó el anuncio. El éxito de los anuncios es que te creas que has sido tú el que has elegido, no que otros lo hayan hecho por ti.
El Evangelio de hoy nos habla de libertad. Santiago y Juan quieren hacer llover fuego del cielo sobre los que no les recibieron en su camino a Jerusalén, y se llevan una bronca de nuestro Señor. La libertad no es resultado del miedo, ni se puede imponer. No me canso de repetir las palabras de Juan Pablo II: “La verdad se propone, no se impone.” Si alguien no quiere creer, pues qué le vamos a hacer, que no crea. Otros, en el camino hacia Jerusalén, se ofrecen a seguir al Señor, pero ponen “peros”. Esos tampoco son libres. Cuántas veces nosotros nos decimos cristianos, seguidores de Jesús, pero ponemos “peros.” Queremos ser de la Iglesia, pero una Iglesia sin Papa, sin autoridad, sin sacerdocio, sin sacramentos, sin pecado, sin jerarquía,… Pues, lo siento, eso no existe. Si quieres ser de la Iglesia, libremente lo serás, ahora no digas que es tu libertad destrozar la Iglesia, hazte de otra cosa y primero paz y después gloria. “Si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente.”

La libertad nace y se realiza en el amor y, por lo tanto, es entrega. No se trata de hacer lo que quiero, pero sí querer lo que hago, pues libremente lo he elegido. Ayer me decía un joven, a un mes de convertirse en padre de una criatura, “me da miedo ser padre,” pero aceptará libremente todas las renuncias y desvelos que le traiga su futura hija, pues lo es por amor. Así es la libertad del Espíritu Santo: cuando te entregas por amor seguramente lo pierdas todo, pero entonces eres completamente libre.

Nuestra madre la Virgen se hace la esclava del Señor, y entonces es completamente libre. ¿Cómo estás viviendo tú tu libertad?