Gen 18, 16-33 sal 102 Mt 8, 18-22

Uno de los avances del derecho es que uno es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. No se puede acusar a alguien sin ton ni son, por celos o envidias, sin tener pruebas de la acusación. Eso ha llevado a que algunos culpables sean declarados inocentes, pero afortunadamente también a logrado que muchos inocentes no cumplan condenas injustas.

Hoy el Señor hace de policía judicial: “La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar a ver si realmente sus acciones responden a la acusación, y si no, lo sabré.” Y Abraham hace de abogado defensor: “¿Es que vas a castigar al inocente por el culpable?” y se pone a buscar a cincuenta, cuarenta, veinte inocentes,… pero no los encontrará. Y Sodoma y Gomorra seguían tan tranquilas, de fiesta en fiesta, de celebración en celebración, de día del orgullo Gomorreano y Sodomita. Hasta el día que Dios castiga su pecado.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.” Las frases del salmo de hoy nos parecen de lo más natural, pero hay que tener en cuenta que las rezaba el pueblo de Israel. Pueblo que tenía bien grabada en su memoria y en las palabras del Antiguo Testamento lo que era sufrir el abandono de Dios cuando el pueblo dejaba a Dios de lado. Destierros, deportaciones, esclavitudes, divisiones,… le habían acarreado al pueblo sus infidelidades. A pesar de eso, canta la misericordia de Dios que no nos trata como merecen nuestros pecados.

Creo que en esta época nos estamos olvidando de la misericordia que Dios tiene con nosotros. Nos sentimos en el derecho de ser inocentes y, como nos lo creemos tanto, no examinamos nuestra vida a ver si verdaderamente lo somos o hemos dejado a Dios de lado, como los habitantes de Sodoma y Gomorra. “Otro, que era discípulo, le dijo: Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre. Jesús le replicó: Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos.” Tal vez de las frases más duras de la Biblia. No es que Jesús se saltase a la torera el cuarto mandamiento y las obras de misericordia. Es una forma gráfica y directa de darnos a entender hasta qué punto tenemos que agradecer la misericordia de Dios con nosotros. Parece que hacemos un favor a Dios no cometiendo pecados, e incluso siendo simplemente buenas personas, sin buscar la santidad. Y no nos damos cuenta que hemos sido comprados a gran precio, que es Dios el que se está volcando con nosotros cada vez que celebramos la Santa Misa, que recibimos la absolución, que nos ponemos ante el Sagrario, que elevamos nuestra oración a Dios por la mañana que comienza. Hemos puesto a Dios como si fuese Satanás, el acusador, y no nos damos cuenta de la cantidad de Gracia que derrama sobre nosotros cada día para que vivamos como hijos suyos. Que Dios no nos acusa, está deseando salvarnos, si nos dejamos. Dios no quiere que nos olvidemos de los nuestros, pero tampoco quiere que le pongamos excusas para no abandonar nuestra antigua vida, como si Cristo no se hubiese encarnado.

En cristiano mejor que decir que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario deberíamos decir que por Cristo somos inocentes, mientras no hagamos los contrario.

Santa María es nuestra Abogada ante Dios, nuestro trato diario con ella nos ayudará a descubrir la infinita misericordia de Dios y a presentarnos ante Él santos e irreprochables.