Gn 23, 1-4.19; 24, 1-8.62-67 Sal 105, 1-5 Mt 9,9-13

La Biblia, cual novela rosa, está llena de amores y desamores, de flechazos y de infidelidades. Hoy leemos uno de esos flechazos, el de Isaac y Rebeca. Verse y casarse es todo uno. Ahora los noviazgos son muy raros: Chico conoce chica, chico se va a vivir con chica, chico y chica viven como matrimonio durante unos cuantos años, chica quiere chico del chico y entonces, se casan. Con tanto ajetreo y tanta mudanza se olvidan por qué se gustan y cuando les preguntas por qué quieren casarse dicen que es para tener un niño. Luego el niño llora de noche y no sabe cambiarse los pañales solo, y el amor en la pareja parece que desaparece, con lo cual: chico se va a casa de sus padres, chica se queda con piso, chico conoce otra chica, chica conoce otro chico y todo vuelve a empezar con una criatura, de padres de fines de semana alternos, en medio. Es frivolizar un tanto, hay personas que lo pasan fatal, pero hay otros que parece que ni sufren ni padecen, parece que nunca se han enamorado, simplemente se han revolcado. Ojalá existiesen más flechados, el decirse: por esa persona viviré toda mi vida y, en los momentos malos, recuerden ese primer encuentro y luchen por seguir juntos.

En la Biblia, decíamos antes de esta breve incursión por los noviazgos, existen varios flechazos, pero hay uno que recorre la Biblia de cabo a rabo. “En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -«Sígueme.»” Es el flechazo que Dios tiene por el hombre, por todo hombre. La historia de la Salvación, desde Adán y Eva, Noé, Abrahán, Isaac y Jacob, Moisés, David, los profetas, Jesús, la Iglesia, no es sino la expresión de lo prendado que está Dios por la humanidad. No regatea en medios y esfuerzos para seducirnos, y nosotros “a por uvas.” Cuando el Papa repite a diestro y siniestro que Dios es amor nos está diciendo, a la vez, que Dios está enamorado. Y nosotros nos ponemos tan “sesudos” con Dios, queremos hacer una disección freudiana de la relación de Dios con los hombres, y las cosas son mucho más sencillas.

Los santos, comenzando por los apóstoles, han comprendido que Dios les quería, a pesar de sus enfermedades, pequeñeces y debilidades: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.” Si alguna vez nos preguntamos ¿qué busca Dios en mi?, nos equivocamos. Dios simplemente nos quiere, con un amor único e irrepetible, y nosotros podemos responder a ese amor, unos como sacerdotes, otras como consagradas, otros como casados,… como sea, pero simplemente porque hemos conocido el amor que Dios nos tiene. Quien busque más complicaciones nunca llegará a conocer a Dios, vivirá en el egoísmo, la desconfianza y el miedo. Cuando conocemos el amor de Dios no tememos nada.

Esto es una maravilla. Los santos son sencillos porque saben que Dios no se complica, no nos muestra un ideario, ni una ideología, simplemente nos muestra cada día en la Eucaristía, en la confesión, en el sagrario, en nuestra vida, el amor que nos tiene y simplemente tenemos que responder: Yo también te quiero.

Santa María, nuestra madre, es la mujer enamorada. Que ella nos enseñe a conocer de verdad el flechazo de Dios por nosotros.