La parábola del buen samaritano es rica en enseñanzas. Jesús la pronuncia para explicar el mandamiento del amor al prójimo. Nos muestra el amor de Dios al hombre como escuela en la que debemos aprender a amar a nuestros semejantes. Orígenes dice: El hombre que desciende de Jerusalén a Jericó representa a Adán; Jerusalén, el paraíso; Jericó, el mundo; los bandidos, las fuerzas hostiles; el sacerdote, la Ley; el levita, los profetas; el Samaritano, a Cristo. Por otra parte, las heridas simbolizan la desobediencia; la montura, el cuerpo del Señor; y la posada […] es imagen de la Iglesia.

Jesús, para mostrarnos cómo hemos de amar a nuestros enemigos, nos ilustra sobre cómo Dios ama al hombre. Sorprende en la narración la figura del samaritano porque es un extranjero que atiende a un judío. En cambio, el sacerdote y el levita, que eran conciudadanos del herido, pasan de largo. Les falta compasión, pero también capacidad para curarlo. Jesús es el extranjero, el que viene de otra parte para cargar con el hombre herido. Siendo trascendente a nosotros, se hace de los nuestros para sanar nuestras heridas. Al mismo tiempo conduce al herido a la Iglesia, después de haberle aplicado aceite y vino, que son signo de los sacramentos por los que entramos en la Iglesia.

Otro aspecto interesante es que Jesús encarga a la Iglesia que cuide del hombre que ha sido sanado. ¿Cómo puede hacer ella lo mismo que Jesús? ¿Cómo continuar su obra sanadora? Para ello el samaritano, esto es Jesús, le entrega unos denarios. Es decir, la Iglesia cuenta con la gracia de Dios para seguir cumpliendo su misión. Esta gracia la ejerce la Iglesia en sus sacramentos, pero también en el deber de caridad que tenemos todos los cristianos. Podemos amar porque hemos sido amados. Y el término del amor es el prójimo, es decir, aquel que no tiene nada que ver con nosotros y del cual podríamos fácilmente desentendernos con cualquier excusa. Pero Dios nos ha mostrado que todos éramos extranjeros para Él, que se ha hecho próximo y de esa manera ha roto cualquier distancia también entre los hombres que aman según su corazón. Como dice Daniel-Ange: Sólo es divino el amor que se hace compasivo. Como el torrente que desciende irresistible hasta el fondo del valle, el corazón-fuente es arrastrado por el peso del amor hacia la miseria.

Jesús nos enseña el amor extremo hacia el hermano. En Rwanda, el 21 de abril de 1994, pasó lo siguiente: Felicitas, hutu, esconde a trece chicas tutsis. Había una lucha encarnizada entre ambas etnias. Un hermano suyo que era militar quiere salvarla. Ella le dice: Querido hermano, en lugar de salvar mi vida abandonando a las que están a mi cargo, prefiero morir con ellas. Ruega para que lleguemos a Dios y dile adiós a nuestra vieja madre y a nuestro hermano. Yo rogaré para que tú llegues a Dios. Insisten en salvarla pero se niega, no puede abandonar a las que ama y van a ser asesinadas. Muere recitando las letanías de la Virgen.

Porque hemos sido sanados podemos sanar. El posadero también recibe una promesa: cuando el Señor vuelva le será pagado lo que gaste de más. Es el premio del Amor infinito con que Dios corresponde a nuestro amor al prójimo.