Hoy celebramos la fiesta de Santiago, patrón de España. Las lecturas de la Misa muestran al mismo tiempo su fortaleza y su debilidad y nos ayudan a mirar más allá de lo humano la acción de Dios en la historia. Benedicto XVI, en sus catequesis, ha señalado que podemos contemplar el rostro de Cristo en la Iglesia, y por ello también en los primeros miembros de la misma: los apóstoles.

San Pablo señala que llevamos tesoros en vasijas de barro. El ministerio siempre es un don, pero al mismo tiempo comporta una tarea. El apóstol ha sido elegido y Dios le ha dado su poder para que pueda actuar en la persona de Cristo. El Evangelio nos recuerda como Santiago y su hermano hubieron de realizar un proceso para entender el verdadero carácter de su misión. Para ello debían conocer primero la de Jesucristo. Visto en perspectiva el episodio nos puede parecer infantil. Querían unirse a Jesús en su gloria y Él les recuerda que antes han de compartir su pasión. También san Pablo señala que como consecuencia de su ministerio continuamente son entregados a la muerte. Pero aquel episodio apostólico queda como una lección para todos nosotros, que también queremos gozar de la victoria pero nos asustamos ante los posibles sufrimientos que puedan precederlo.

Según la tradición el apóstol Santiago evangelizo España. Esa misma tradición explica las dificultades con las que se encontró. La misma Virgen se le apareció a orillas del Ebro para animarle en su misión y recordarle, sobre aquel pilar, que la fuerza viene de Jesús y que con ella todo es posible. Cuando pensamos en la España de ahora, no podemos dejar de invocar al apóstol que, como nosotros, sintió la fatiga y del desánimo pero que puedo encontrar las fuerzas para seguir adelante.

La Iglesia en nuestro país no lo tiene fácil. Si por una parte somos herederos de una gran tradición, llena de santos y de mártires, por otra experimentamos en la actualidad dificultades muy grandes. Nuestra nación católica ve como muchos de sus hijos se apartan de la fe y hay leyes que dificultan la vida social tal como la conocieron nuestros mayores. Ante esta situación podemos desanimarnos, pero también podemos aprender la lección del Apóstol. La gloria se alcanza compartiendo el bautismo del Jesucristo. Santiago fue fiel hasta el final. Ejerció su ministerio con total entrega al Señor y ello le supuso compartir el final de su maestro en el martirio. Sin embargo, al mismo tiempo que ahora lo veneramos en el cielo, también podemos reconocer los frutos de su entrega.

Como católicos hemos de cuidar nuestra relación con Jesús en el seno de la Iglesia. De ello nos da un magnífico testimonio la primera lectura. Los apóstoles, juntos, superaron las amenazas del sanedrín. Juntos con nuestros pastores, y cuidando nuestra fe, podemos, con la ayuda de Santiago, reevangelizar nuestro país. No faltarán dificultades, pero en la fidelidad se manifestará el poder de Jesucristo.