Lev 23, 1-4. 11. 15-16. 27, 34-37; Sal 80; Mt 13, 54-58

Perdón por el latinajo. Parece que las grandes sentencias deben estar en latín y grabadas en piedra. Ésta significa: «la corrupción de lo mejor es lo peor»; es decir, cuando las realidades más elevadas y nobles se corrompen vienen a convertirse en las más horrendas y perniciosas abominaciones. De lo mediocre apenas puede sacarse partido, ni para el bien ni para el mal. Pero cuando lo santo se pervierte, el destrozo puede ser irreparable. He visto a grandes amores convertidos en lascivias horrendas, y a vocaciones privilegiadas convertidas en una ciénaga. He visto ideales nobles transformados en medios rastreros de sucias ganancias materiales, y personas admirables y valiosas convertidas en líderes fáciles manipuladores de multitudes.

Mientras nos hallemos bajo los efectos del primer pecado, cualquier realidad noble puede dar frutos amargos y letales. No debemos bajar la guardia jamás.

«¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre Maria, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?». La familia, la patria, la tribu, el grupo de amigos, es sin duda uno de los entornos más sagrados y bendecidos por Dios. En comunión con dicho entorno, puede el hombre sacar a relucir lo mejor de sí mismo… Pero cuando la familia, el grupo de amigos, la tribu, se pervierten, pueden llegar a ser una verdadera cárcel, una red ansiosa de devorar cuanto cae en ella. El mito de Saturno devorando a sus hijos no responde a la originalidad de un excéntrico: muestra, antes bien, la crueldad que reside en la corrupción de los ámbitos más nobles.

Los paisanos de Jesús quisieron despeñarlo por un barranco. Sus parientes quisieron encerrarlo en un manicomio. Les hubiera gustado haberlo mantenido encerrado en la carpintería familiar, donde podían tener al Mesías bajo control como se posee un bien material en propiedad. Puesto que no pudieron hacerlo, decidieron acabar con Él… Tras la visita que hoy nos narra el evangelio de Mateo, Jesús rompió definitivamente con su familia y con la ciudad que lo vio crecer. De no haberlo hecho, jamás hubiera podido mostrar al mundo el Reino de Dios. El Maestro no volvió a poner sus pies en Nazareth. Hay lugares a los que no se debe volver jamás.

Imagino el terrible sufrimiento de María. Imagino los dimes y diretes, los chismes, las injurias soterradas vertidas en tertulias bajo los portales. Imagino aquellas silenciosas lágrimas de Madre, y oro para que Ella nos conceda estar en guardia siempre. Somos depositarios de tesoros maravillosos… ¡Cuánto tenemos que velar!