Se fue la conexión a Internet, se perdió el comentario. Se fue el amor, se perdió el matrimonio. En este breve, brevísimo, comentario de hoy, me pregunto si «¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?» Nadie nos dijo que vivir fuera fácil, ni tan si quiera que estar con Dios fuese sencillo (basta leer la primera lectura en la que Josué recuerda al pueblo de Israel todas sus desventuras y calamidades), pero casi todas son superables. Del divorcio no me escandaliza que dos personas se lleven mal, eso pasa y pasará, me escandaliza el que se haya convertido en la primera respuesta al primer motivo.
Si el noviazgo fuese un momento en que los novios hiciesen un verdadero itinerario de vida para el futuro, siempre modificable, pero siempre juntos. Si no se programasen los hijos igual que la cantidad de letras que tienes que pagar del piso. Si no se viviese la boda por el momento que tienes que pasar, sino por la vida que tienes que vivir. Tal vez, entonces tal vez, se viviese el matrimonio como vocación, como una especial llamada de Dios , a quien quieres y a quien acudes, sabiendo que nunca te va a dejar solo. Pero «por tercos que sois,» se abandona a Dios, al marido, a la mujer o a lo que sea y se es desgraciado para toda la vida.
Dios te quiere feliz y asegura que, si te llama a la vida de casado, serás feliz y santo, en el matrimonio. Pero más bien nos fiamos poco de Dios y mucho de la igualdad de género para regañar. ¿Vale la pena?
Hoy es un día para rezar por los matrimonios, por los que pasan por problemas y por rutinas, por los que están separados y por los que discuten. Pero también es un día para anunciar la grandeza de la vocación matrimonial, del futuro que Dios quiere para los dos pues sois «una sola carne.»
La Virgen cuida de todos los matrimonios, acudid juntos a ella, que os recordará lo verdaderamente importante.