Hace ya algunos años escribió Inigo Giordani: “En otra época se combatía el cristianismo en nombre de la razón y de la libertad. Hoy podemos afirmar esto: que ya no se puede combatir el cristianismo sino destruyendo la razón y la libertad…”.

He recordado esta cita al leer el evangelio de hoy. Los fariseos y escribas estaban al acecho para ver si Jesús curaba en sábado. Al parecer les molestaba que un enfermo pudiera ser sanado amparándose en algunas leyes. Jesús, sin embargo, lo cura mostrando así que su mensaje no es algo que se superpone a lo humano, prescindiendo de ello. La verdad que Jesús nos trae salva al hombre en su integridad. Podemos decir que nos hace aún más humanos.

El Concilio Vaticano II enseña que el misterio del hombre se ilumina a la luz del Verbo encarnado. Esta afirmación contiene enormes consecuencias. Muchas personas creen, o imaginan, que su adhesión a Jesús les va a suponer una merma en su humanidad. Sin embargo no es así. La incomodidad que el cristianismo introduce consiste precisamente en esto: impregna todo lo humano. El hombre es salvado en su integridad y todas las dimensiones de su vida personal y social quedan transfiguradas.

Por eso hay personas que prefieren el mal del hombre al reconocimiento de Dios. Así les sucede a los personajes del evangelio. Recuerdo una muchacha adolescente que había pedido recibir el bautismo. En su camino de preparación su vida había ido cambiando y se la veía más feliz. Sus padres no eran ajenos a esa transformación, pero no la aceptaban. Un día, en su inconsciencia, el padre le dijo: “te prefería cuando estabas a punto de ser drogadicta que no ahora que vas a ser cristiana”.

Imagino que la resistencia de ese padre, al igual que la de muchas otras personas y algunas ideologías, se basa en el principio de que es mejor que Dios no intervenga en la historia de la humanidad. De esa manera garantizan un mundo sin Dios. Pero, como también señalaba el Concilio, cuando se difumina la idea de Dios también se apaga la del hombre. Dios no supone la negación del hombre sino su exaltación mayor, porque en Jesucristo se nos revela su altísima dignidad. Pero hay quien prefiere una falsa autonomía a tener que reconocer lo simple: Dios es más grande, y nosotros simples criaturas que han de ser salvadas. Y dicha salvación no se produce al margen de nuestra humanidad. Por el contrario, como Dios viene a salvar al hombre e su integridad, Él mismo asume nuestra condición y se hace uno de nosotros. Cura brazos paralíticos y sana matrimonios en crisis, renueva la educación y sana la vida social, transforma nuestra mirada sobre el mundo y nos enseña el alto significado de nuestra vida, en sus dimensiones espiritual y corporal, etc.

Que la Virgen María nos ayude a aceptar con sencillez las enseñanzas del Señor para que toda nuestra vida pueda ser modelada según su palabra.