Es una pregunta frecuente que hacen los alumnos: “¿Cómo se elige un obispo? ¿Hay que estudiar para ser obispo?”. También te preguntan si tú llegarás a serlo, porque a todo el mundo le gusta conocer a alguien importante. Es complicado explicar un proceso de selección que yo, al menos, no conozco bien. Les digo que el nuncio se informa de personas idóneas, que esa información pasa a la Santa Sede, y que al final el Papa es quien decide en función de los datos que le ofrecen. Supongo que es mucho más complejo, pero ya me sirve. En cualquier caso lo que queda claro es que el episcopado no es una carrera que uno intenta sino un servicio que la Iglesia pide a determinadas personas.

Los Obispos son sucesores de los apóstoles. Hoy el Evangelio nos habla de la elección de los Doce. Esta tiene lugar después de que el Señor haya pasado una noche en oración. Eligió a los que quiso para que estuvieran con Él y lo acompañaran en su vida pública. Después de la resurrección ellos darán testimonio de Cristo a los hombres: de su vida y de su muerte y resurrección.

La elección de los apóstoles supone que Jesús nombra a algunas personas para que colaboren con Él en la administración de la salvación. De momento les toca permanecer a su lado e irse formando. Caminan con Él, lo acompañan en sus comidas y predicaciones, asisten a sus milagros y lo sorprenden a menudo en la oración. En su compañía van advirtiendo la divinidad que se oculta tras la humanidad del Señor. Por el trato asiduo y con la ayuda de la gracia darán el salto de la fe y, cuando reciban el Espíritu Santo, quedarán capacitados para continuar la obra de Cristo en el mundo. Son las columnas de la Iglesia.

Cuando falte el Señor no sólo deberán proseguir su misión sino que deberán elegir a otros quienes, a su vez, les sucederán a ellos y deberán garantizar la continuidad de la predicación seleccionando nuevas personas. Los sucesores de los apóstoles son los obispos. Es hermoso pensar cómo cualquier obispo que conozcamos recibió la imposición de las manos de otro, y este de otro, hasta retrotraernos, en una larga cadena a lo largo de los siglos, a la persona de un apóstol. Existe una continuidad que nos dice algo. La Iglesia supone un río de gracia en medio de la humanidad, y por eso la sucesión de los apóstoles se nutre de hombres. Esa sucesión nunca se ha interrumpido. Por eso decimos que la Iglesia es apostólica. Si en algún momento los nuevos obispos dejaran de ser consagrados por otros obispos, entonces se rompería la tradición apostólica y ya no podríamos, por ejemplo, celebrar la Eucaristía. Así ha pasado con las comunidades de la reforma y con los anglicanos. Los ortodoxos, en cambio, a pesar de estar separados de Roma, mantienen la sucesión apostólica.

Es una santa costumbre pedir por nuestro obispo, al igual que hacerlo por el Papa. No han recibido una misión nada fácil y precisan de nuestra fidelidad y plegaria.