En la primera lectura de hoy San Pablo indica cómo ha de ser la vida de los cristianos. Si nos fijamos en el inicio y el final de la lectura nos damos cuenta de que todo queda ahí enmarcado. Dice en el inicio “como elegidos de Dios”. De esa manera entendemos todo lo que el apóstol nos pide a continuación. Porque la vida cristiana es expresión de lo que hemos recibido. Se trata de ajustar nuestra vida a lo que nos ha sido dado. La expresión utilizada es muy bella, porque el apóstol utiliza el término “vestirse”. Las virtudes, y todo el porte exterior que se da en el comportamiento aparece así como el revestimiento de la vida.

A partir de ahí se nos exhorta a perseverar en la vida comunitaria. El amor es la fuerza que lo sostiene todo. Es el amor el que garantiza la auténtica unidad de los cristianos. También es preciso el término que utiliza san Pablo aquí. Lo llama “ceñidor”. La imaginación nos lleva fácilmente a ver una persona a la que la ropa le cae de cualquier manera, descamisado… Todo se arregla con un ceñidor. Sin la caridad todas las virtudes quedan desarregladas. El ceñidor hace que el vestido quede ajustado al cuerpo y caiga con elegancia.

A partir de ahí se entienden todos los consejos del apóstol que se mueven en el orden de las obras de misericordia conocidas como espirituales. Estas son menos conocidas que las corporales, pero no de menor importancia: perdonar las injurias, enseñar al que no sabe, soportar pacientemente los defectos del prójimo, etc. Mediante la vivencia de la caridad, en el verdadero amor mutuo, construimos la ciudad de Dios. A veces se olvida algo muy elemental: que los cristianos estamos juntos y llamados a la vida comunitaria también para ayudarnos los unos a los otros en el seguimiento de Cristo. Algunos, erróneamente, interpretan que la comunidad es un conjunto de personas que se las tienen individualmente con el Señor. Cierto que esa relación es imprescindible, pero también la de vida en la Iglesia. La misma experiencia nos enseña que muchas veces salimos adelante porque somos sostenidos por un hermano en la fe.

El final del texto de hoy recuerda lo del inicio. Todo debe hacerse para mayor gloria de Dios. De ahí que el Apóstol subraye: “Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”. Si nos detenemos un poco en estas palabras vemos que contienen una gran exigencia. Porque hacer las cosas en nombre de Jesús no significa sólo darles una marca. Implica hacer las cosas por Él, para Él y con Él. Actuar en nombre de Cristo supone poner en movimiento todo el dinamismo de la gracia que se nos ha dado. Significa ser conscientes, en nuestras obras, de que somos verdaderamente hijos de Dios. Ese gran cometido nos parecería imposible si no tuviéramos la Iglesia, que nos sostiene. Y esa Iglesia, como ha recordado en sus catequesis Benedicto XVI, tiene rostros concretos, que son los cristianos quienes nos codeamos habitualmente. Cuidarlos y dejarnos cuidar por ellos. De ello habla este texto de san Pablo.

Que la Virgen María nos ayude a comprenderlo bien y a ponerlo por obra.