El Aguafiestas es una figura bien conocida por todos. Hemos conocido a ese personaje que nunca se alegra con nada; que siempre le encuentra pegas a todo; que si le dices de ir a la montaña prefiere la playa y si lo invitas al cine te pregunta que por qué no vais al teatro. Nunca está conforme con nada porque, en verdad, no sabe lo que quiere. Es un personaje que necesita trasladar su insatisfacción a los demás. No deja de ser una hábil artimaña para que los demás también lo pasen mal y de esa manera se identifiquen con su no saber estar en el mundo.

Jesús se refiere a ese personaje en el evangelio de hoy. Lo hace para darnos una enseñanza espiritual. En algunas parroquias y otros lugares eclesiales me he encontrado con ese personaje. En nombre del purismo y de un perfeccionismo que no es posible le encuentra pegas a todo. No se compromete con nada porque siempre encuentra una salida. Algo no es adecuado o podría mejorarse. Si existe la más mínima posibilidad de fracaso él la señala. Y se congratula si todo se hunde y puede decir afanoso: “ya os lo había avisado”. No cabe duda que se trata de un personaje lamentable.

El aguafiestas es un inconformista que huye de la realidad. De alguna manera se incapacita para descubrir la alegría que hay en la fe y es incapaz de asombrarse ante ninguna cosa grande. Para él no es posible la sorpresa porque la ha matado de antemano. Dios nos habla a través de cosas sencillas. Precisamente el hombre se caracteriza por estar abierto a Dios. La historia tiene esa apertura. Dios irrumpe en nuestra vida y se nos muestra cuando menos no lo pensamos y de la manera más imprevisible. Pero hay que saber reconocer lo que tenemos delante. De alguna manera la normalidad es alegrarse cuando toca y estar tristes cuando la situación lo conlleva. Y, estando como corresponde en cada situación sacar el provecho que de ahí nos viene. El evangelio nos muestra como esa forma de actuar no es más que una excusa para evitar que suceda nada.

Dios en la historia se ha manifestado de muchas maneras. Hay personas que lo han encontrado en medio del sufrimiento y otros que se han dado cuenta de su amor en momentos de alegría. Dios no se ata a una situación determinada. Bien al contrario, Jesucristo, por su encarnación, nos dice que puede acercarse a cualquier hombre, en cualquier lugar y con independencia de la circunstancia. Pero esa puerta que Dios abre en el muro el hombre puede cerrarla con su actitud. Es la terrible posibilidad de quedar al margen. De nada sirve que el Señor se nos acerque si, cuando lo hace, nosotros le damos la espalda. Ciertamente, este evangelio de hoy es una importante llamada de atención sobre todos nosotros.

Pidámosle a la Virgen María, que acompañó a su Hijo a lo largo de toda su vida, en los momentos de exaltación y de postración, que nos ayude a reconocer la presencia del Señor en todos los momentos de nuestra vida.