Dan 7, 9-10.13-14; Sal 137; Jn 1, 47-51

He visto a muchos hombres lanzarse desnudos a luchar contra el mal, como si tras el mal no latiera el poder de un Enemigo superior a las fuerzas humanas: «siento que estoy jugando con Dios; venceré primero a este pecado, y después volveré a la Iglesia», me decían algunos… y aún los estoy esperando. Otros están más que dispuestos a acabar ellos solitos con los pecados… de sus prójimos: «a éste lo arreglo yo; ya verás cómo lo arreglo», pero de arreglo nada. Y otros, en fin, se han embriagado de soberbia y han decidido ejercitar, por su cuenta, la «Justicia Infinita»… Ya veremos dónde para. Por mi parte, estoy más que convencido de que nada puedo contra el mal si no voy bien acompañado. Por eso invoco a San Miguel. El mismo que, al grito de «Quién como Dios», derrotó a las huestes del antiguo Enemigo, alejará de nosotros, siempre que acudamos a él, las insidias del Demonio.

He visto a muchos hombres equivocarse de camino. Eran jóvenes, se hallaban en esa encrucijada en que todos nos hemos visto a los dieciséis años; había mucho donde elegir y poca sabiduría para acertar la decisión. Quienes estábamos a su lado, y conocíamos un poco mejor la desembocadura de aquellas sendas, les aconsejábamos. Recuerdo haber dicho, más de una vez, al oído de alguno: «mira, si sigues por este camino, acabarás dejando de venir a confesar; luego pensarás que lo que haces está bien; y después perderás la fe». Pero muchos de ellos decidieron «hacer su vida», «elegir su camino» sin tener en cuenta lo que les decíamos… y se perdieron. Por eso, cada vez que un joven se acerca a mí, invoco a San Rafael. El mismo que acompañó y guió al joven Tobías en su viaje acompañará a cuantos jóvenes quieren acertar con el camino que los lleve a Dios.

«En mi empresa falta comunicación», «en mi matrimonio falta comunicación», «entre mis hijos y yo falta comunicación», «en la Iglesia falta comunicación»… Es verdad. Falta comunicación, pero te diré dónde: entre Dios y los hombres falta comunicación. Se reza poco, se conoce poco el santo evangelio, se confiesa poco, se comulga poco. Y, aunque Dios no deja de hablar nunca, su Palabra no llega hasta los oídos de los seres humanos. Por eso invoco a San Gabriel. El mismo que llevó la Palabra de Dios hasta los oídos de Zacarías, de San José, y de la Santísima Virgen, no tardará en acudir para susurrar en nuestros oídos la Voluntad del Señor.