Am 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31

¿Qué hace Epulón cuando no está comiendo? (Curioso el nombre que le hemos otorgado; no aparece en el evangelio… pero bien está; rima con «opulencia»). Porque, como comprenderás, el ricachón de la parábola no se pasa los días de claro en claro y las noches de turbio en turbio ante langostas y caviar… ¡Menuda indigestión!, o, peor… ¡Menudo aburrimiento! Tampoco creas que Epulón es un criminal, una especie de Bin Laden que haya perdido todo sentido moral. Sé que, pensando así, nos ahorramos un disgusto, porque alejamos de nosotros lo más posible a este personaje que acaba dando con sus huesos en el Infierno, y de este modo, cuando terminamos de escuchar la parábola, nuestra conciencia sigue tan tranquila como lo estaba antes… Siento defraudarte, pero Epulón no es Osama Bin Laden. De ser así, el pobre Lázaro no hubiera acudido a comer los despojos de su mesa, porque a cambio Epulón se lo hubiera comido a él. Epulón no roba, no mata, y -dice él- si puede ayudar a alguien lo ayuda (a Lázaro siempre le deja las migas… cuando no se las come el perro ¡Faltaría más!).

Abróchate el cinturón para lo que sigue: cuando no está comiendo, Epulón lee, hace deporte, sale con los amigos, y los domingos va a misa. Reza por las noches, y hasta se confiesa de vez en cuando. Claro que, cuando va a confesar, ni siquiera se le pasa por la cabeza ese pequeño incidente con el mendigo de su puerta. Se acusa de… «de lo de siempre; ya sabe usted, padre. Que si hablamos mal de alguien» -muy importante el plural, que incluye también al confesor, para que se fastidie-, «que si alguna discusión con mi mujer, que si he rezado poco…» Y, así, Epulón va «tirandillo» por este mundo hasta que concluya su camino por esta vida en una modesta fundición de almas que lleva mucho tiempo funcionando sin hacer regulación de empleo… ¡Ahí tienes a Epulón! La cosa, ya ves, no es como para mirar hacia otro lado, ni para señalar a Afganistán.

¿Y Lázaro? ¿Qué hace Lázaro cuando no está pasando hambre a las puertas de nuestro «amigo»? Pues… nada. No hace nada porque nunca sale de allí. Espera pacientemente a que Epulón le abra: «he aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno me abre, cenaré con él, y él conmigo» (Ap 3, 20). Espera crucificado, cubierto de llagas, manso y humilde… Porque, por si no lo sabes, te diré que Lázaro ama locamente a Epulón. Por Epulón abandonó Lázaro los tesoros de gloria que tenía junto a su Padre; por Epulón Lázaro se hizo hombre y vino a este mundo; por Epulón nació pobre, vivió pobre, y muere pobre. Por Epulón está ofrecido en una Cruz pidiendo a Dios perdón por los pecados de su «oveja descarriada»… Pero, ay, si Epulón no abre la puerta… ¿de qué le servirá tanto Amor? Habrá de conformarse con la langosta.

¿Te he hablado alguna vez de la Madre de Lázaro? Es tu Madre y la mía. Pasea, entre inquieta y dolorida, sus ojos de un hijo a otro: de Lázaro a Epulón, de Lázaro a ti, y de ti a Lázaro. Espera algo… ¿cuándo se lo darás?