Desde el día 16 del mes pasado tengo el encargo de hacer una nueva parroquia. El encargo, pues sólo cuento con un terreno y nada más. Bueno, no es cierto, una parroquia cercana me ha dado dónde vivir y lugar para celebrar la Santa Misa. Mientras tanto, pensaba, me voy a aburrir, jamás he estado sin una parroquia en los últimos 15 años de mi vida. ¡Aburrir! Bendita palabra. Estoy todo el día haciendo gestiones, buscando un local, pensando proyectos y, sobre todo, conociendo cristianos del nuevo barrio. Y es que, aunque ante el papel las cosas pueden parecer aburridas, cuando son de Dios, son apasionantes. Ahora dedico mucho tiempo a la oración, la lista donde voy apuntando a los feligreses que voy conociendo para encomendarles va creciendo de día en día y cada mañana, aunque esté en casa ajena, me levanto pensando cuántas cosas me dará tiempo a hacer hoy, a cuántos tendré que encomendar.

El otro día me preguntaba un joven cómo hacer para no olvidarse que es hijo de Dios, que se acuerda muy poquitas veces en semana, a veces sólo los domingos. La repuesta está en las lecturas de hoy. Jonás, a pesar de su anterior huida, va a Nínive y anuncia lo que Dios le ha dicho. lo hace con desgana (luego se enfadará cuando los ninivitas se conviertan). A veces nos pasa igual. Lo que Dios nos pide se nos hace “cuesta arriba,” nos cansa, nos agota e incluso, a veces, nos decepciona. Algunos se piensan que eso es señal clara de que Dios no quiere eso para ellos. Se ha puesto tan de moda eso de “haz lo que te haga vivir,” que lo que nos cuesta un poco parece que no es de Dios. Pero no es así. Muchos años he tenido que hacer cosas que me desagradaban, que no entendía y de las que huiría con gusto, pero Dios me ha hecho ver algunos de sus frutos. A veces, demasiadas veces, hay que hacerse violencia para hacer lo que Dios quiere. No significa falta de vocación el que a uno le gusten las mujeres, o le cueste la puntualidad, o sea poco piadoso. Lo importante es que haga lo que Dios le pide, la gracia sobreabundará en la debilidad.

Y Marta, la hermana de María, que tampoco se acordaba de que Jesús estaba allí, aunque estaba afanándose por él. Estaba haciendo “sus cosas,” aunque las hiciese para Jesús y sus amigos. A veces también nos ocurre lo mismo. Cuantas veces estamos haciendo “mi oración,” escucho “mi Misa,” e incluso practico “mis obras de caridad.” Hacemos las cosas de Dios, pero no las cosas con Dios. Estamos tan “inquietos y nerviosos con tantas cosas” que nos consideramos unos fracasados el día que no ha salido bien la oración o nos han interrumpido diecisiete veces. Entonces no disfrutamos de Dios, no nos damos cuenta que está a nuestro lado, aunque las cosas nos cuesten.

¿Cómo mantener la presencia de Dios a lo largo del día? Sabiendo que , hagamos lo que hagamos (siempre que sea honrado), aunque nos parezca rutinario, aburrido o tal vez excepcional y extravagante, lo estamos con haciendo porque Dios quiere. A la hora de trabajar, estudiar, cocinar, planchar, celebrar la Misa, mirar el correo, jugar al fútbol con los amigos, lavarnos los dientes, o ver la fórmula uno, estamos haciendo en ese momento lo que Dios quiere. A veces será lo planeado, a veces no. Unas veces nos resultará sencillo, otras complicado. Pero, desde luego, lo que no nos resultará será aburrido, pues cualquier cosa que hagamos con Jesucristo, es apasionante.

La vida de la Virgen debió ser una vida bastante normal, vista desde fuera parecería monótona. Pero estoy convencido que ha sido (y es), una de las vidas más apasionantes de toda la historia de la humanidad. Tal vez en cine no tenga muchos efectos especiales, pero si por la misericordia de Dios un día gozamos de su compañía y nos la cuenta, quedaremos asombrados. Así que a sacudirse la modorra y a trabajar.