Ayer el Señor nos enseñaba la oración más sublime de la historia: El Padrenuestro. De vez en cuando me he encontrado con jóvenes novios que se habían olvidado el Padrenuestro y tenían que volvérselo a aprender antes de la boda. Todavía es muy frecuente que la gente te diga que no se sabe el Padrenuestro “nuevo” (desde que se cambió la traducción han pasado unos cuantos lustros). Y también he encontrado abuelitas que rezaban continuamente padrenuestros y avemarías, familias que rezan unidas y jóvenes que empiezan sus actividades dirigiéndose a Dios, su Padre. Y es que el padrenuestro no sólo hay que sabérselo, hay que usarlo, gastarlo y desgranarlo. En estos tiempos difíciles, en que no todo va bien para la Iglesia, mucha gente se queja y yo le pregunto: ¿rezas?. Hay que rezar.
Dios, no lo dudes, escucha las oraciones. Hay que insistir, no hay que cansarse. Me acuerdo que, en el colegio, empezábamos cada día rezando: “Señor, te ofrezco la ilusión de vivir un nuevo día, con tu gracia quiero llenarlo de generosidad y eficacia. Virgen María, ayúdame a cumplir hoy, fielmente, la voluntad de Dios.” Han pasado ya unos cuantos años y, a pesar de no existir entonces la asignatura de “educación para la ciudadanía,” la sigo repitiendo cada mañana y procuro vivirlo.
A veces rezamos para que se cumpla nuestra voluntad, o para que la de Dios se conforme con la nuestra. Pero Dios es mucho más grande. Nos promete el Espíritu Santo a los que se lo piden. A veces nos rompemos la cabeza buscando estrategias, marketing, o acciones espectaculares. Y, de pronto, descubrimos en el que reza el arrojo que nos falta, la imaginación que se nos ha secado, la valentía de la que carecemos. Los santos no han seguido una “hoja de ruta” para la santidad. Han dejado que el Espíritu Santo les guíe, les anime y les impulse. Han soñado y Dios ha superado con creces sus sueños. Han hecho realidad no sus sueños, sino lo que Dios soñaba de ellos. Por eso han sido hombres y mujeres de oración. Sabían que su vida la iba escribiendo Dios, y se fiaban plenamente de Él. Y por ello ante las dificultades, rezaban más. Y en las épocas de éxitos, rezaban más. Y en la noche oscura del alma, rezaban más. Y tú y yo ¿Rezamos así?
De la persona que reza Dios puede decir: “ Me pertenecen -dice el Señor de los ejércitos- como bien propio, el día que yo preparo. Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces veréis la diferencia entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven.” Somos de Dios, y al igual que los pulmones necesitan del aire, el cristiano necesita de la oración. El cristiano que no reza acaba siendo esclavo de cualquier moda, costumbre o debilidad, se olvida que es Hijo. Hay que rezar, y mucho.
Así que “ Virgen María, ayúdame a cumplir hoy, fielmente, la voluntad de Dios.” Hoy es Santa María Soledad Torres Acosta, santa muy madrileña, que ella nos enseñe hoy la constancia en la oración, que tengo mucho que pedirle.