Estoy esperando una llamada importante. Espero que me llame el dueño de un local en el término de mi futura parroquia, a ver si puedo alquilarlo, arreglarlo y poder tener un altar y un Sagrario. Cuando cambias de parroquia la gente te pregunta “¿Y cómo es tu nueva parroquia?” Ahora yo lo tengo difícil contestar. El templo no existe, la parroquia no está erigida y de momento voy conociendo personas y familias. A muchos esto les resulta extraño. Piensan que el Obispo te manda a una parroquia cuando ya está construida, con su torre y todo, los grupos formados, la gente esperándote y el monaguillo con el acetre en la puerta. Pero la parroquia, y la Iglesia, no son los edificios (que pueden venderse o mandar derruirlos), sino las personas. Y lo cierto es que alguien tiene que ir por delante.

“ En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.” Alguien tiene que ir por delante, casi siempre es el Señor, pero se ha querido servir de los hombres en incontables ocasiones. No es una tarea fácil, vamos como “corderos en medio de lobos” o como Pablo que tiene que enfrentarse con Alejandro, el metalúrgico, y se quedó solo, “todos le abandonaron y nadie le asistió.” O como Lucas, poniéndose a escribir los hechos de la vida de Jesús y de los comienzos de la Iglesia, sabiendo que sería juzgado por tantos. Y sin embargo, alguien tiene que ir delante.
Cada uno deberíamos preguntarnos dónde tenemos que ir por delante. Esto no es protagonismo ni ganas de figurar, no nos anunciamos a nosotros mismos. Pero tal vez debas ir por delante en dar un testimonio cristiano en el trabajo, en vez de quejarnos amargamente. En la enfermedad, siendo testigos predilectos de la cruz y de la resurrección, viviéndola con paciencia y caridad por los demás. O en tu familia, diciendo basta a aquello que ofende a Dios y bendiciendo la mesa aunque tus hijos pongan cara de paciencia. O entre tus amigos, reservando un momento para ir a Misa, al menos los domingos, sin tener vergüenza a decirlo. O llevando a alguna amiga a confesar, y darla ejemplo primero. O decirle al sacerdote que se siente alguna vez en el confesionario, que ese cartel de “se confiesa media hora antes de las Misas,” hace años que no se cumple. O…

No lo sé, cada cual tendrá que ver su vida, pero no podemos pretender que todos lo hagan otros. “No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.” No pienses en lo que puedes pensar o en lo que otros te dirán. La tarea no va a ser fácil, lo pasaremos muy mal seguramente y nos echarán de alguna casa “en la que no haya gente de paz,” pero estaremos haciendo lo que Dios quiere. Y Dios es buen pagador, el mejor pagador, el único pagador.

Nuestra Madre la Virgen es pionera en ir por delante. Nadie esperaba la encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de una virgen de un pequeño pueblo. Pero ella se fía del Espíritu Santo y va por delante de todo el pueblo, de toda la humanidad. Que ella nos dé el valor y el coraje para decirle al Señor: ¡ A mí también, mándame por delante!