En la primera lectura vemos a Moisés intercediendo por el pueblo. Su oración es escuchada por Dios que muestra su complacencia otorgando la victoria a los israelitas. En este texto la tradición ha visto una referencia al poder de la oración. Dios espera de nosotros que intercedamos los unos por los otros. Forma parte de la llamada “comunión de los santos”. Al mismo tiempo el catecismo habla también del “combate de la oración”. Contrariamente a lo que muchos piensan, la oración no siempre resulta fácil. Más bien todo lo contrario: exige un esfuerzo y produce fácilmente cansancio. De ahí la importancia de ayudarnos unos a otros a orar. Cuando Moisés pierde las fuerzas, Aarón y Jur le sostienen para que no desfallezca. Ejemplo claro de cómo también nosotros, en la familia, en los grupos parroquiales y también en las comunidades religiosas debemos ayudarnos unos a otros a rezar. En este cometido es muy importante la oración comunitaria. El Cardenal Bernardin, ya fallecido y que fue obispo de Chicago, comenta en su libro El don de la Paz que, cuando les explicaba a unos sacerdotes jóvenes sus dificultades, éstos le hicieron darse cuenta de que no rezaba bastante. Unos a otros hemos de ayudarnos a orar. Es lo que hace una mamá o un papá con su hijo pequeño. Sabe que si no está con él, no dirá sus oraciones de la noche. De forma parecida todos hemos de animarnos a perseverar en la oración. No es raro que en el libro de los Hechos se narre que los apóstoles se reunían para rezar.

Jesús, en el Evangelio de hoy, también vincula la oración a la fe. De hecho, una de las tentaciones mayores contra la oración es pensar que no es eficaz. Creemos que Dios no nos escucha y consideramos el tiempo dedicado al trato con Dios como un tiempo perdido. El ejemplo que nos pone Jesús dice justo lo contrario. Dios no es insensible a las peticiones de sus hijos. Por eso, el Señor nos exhorta a no desanimarnos nunca. Jesús viene a decirnos que si no rezamos es porque nos falta fe.

La historia de la Iglesia corrobora las enseñanzas de Jesús. Desde su ser más íntimo, la Iglesia sabe que sus éxitos dependen de la oración. Santa Teresa de Calcuta sacaba toda su fuerza de la oración. Si cada día no hubiera consagrado varias horas a la relación con Jesucristo no hubiera encontrado soluciones para los miles de hombres y mujeres necesitados que atendió. Dios escucha y Dios responde.

La oración, por otra parte, siempre es respuesta a Dios. Él ha hablado primero. De ahí que san Pablo anime a Timoteo a recurrir a las Sagradas Escrituras. La Palabra de Dios es útil para instruir y, además, es el contenido fundamental de la oración. Conociendo lo que Dios nos dice estamos más dispuestos a saber cómo hablarle. Escuchando a Dios aprendemos a hablar a Dios. La misma constancia con que urge Pablo a su discípulo, “insiste a tiempo y a destiempo”, nos la enseña Jesús para la oración. No debemos desfallecer. Para ello hemos de estar convencidos, como reza el salmo de hoy: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”. La oración es muy poderosa.

En la primera lectura vemos a Moisés intercediendo por el pueblo. Su oración es escuchada por Dios que muestra su complacencia otorgando la victoria a los israelitas. En este texto la tradición ha visto una referencia al poder de la oración. Dios espera de nosotros que intercedamos los unos por los otros. Forma parte de la llamada “comunión de los santos”. Al mismo tiempo el catecismo habla también del “combate de la oración”. Contrariamente a lo que muchos piensan, la oración no siempre resulta fácil. Más bien todo lo contrario: exige un esfuerzo y produce fácilmente cansancio. De ahí la importancia de ayudarnos unos a otros a orar. Cuando Moisés pierde las fuerzas, Aarón y Jur le sostienen para que no desfallezca. Ejemplo claro de cómo también nosotros, en la familia, en los grupos parroquiales y también en las comunidades religiosas debemos ayudarnos unos a otros a rezar. En este cometido es muy importante la oración comunitaria. El Cardenal Bernardin, ya fallecido y que fue obispo de Chicago, comenta en su libro El don de la Paz que, cuando les explicaba a unos sacerdotes jóvenes sus dificultades, éstos le hicieron darse cuenta de que no rezaba bastante. Unos a otros hemos de ayudarnos a orar. Es lo que hace una mamá o un papá con su hijo pequeño. Sabe que si no está con él, no dirá sus oraciones de la noche. De forma parecida todos hemos de animarnos a perseverar en la oración. No es raro que en el libro de los Hechos se narre que los apóstoles se reunían para rezar.

Jesús, en el Evangelio de hoy, también vincula la oración a la fe. De hecho, una de las tentaciones mayores contra la oración es pensar que no es eficaz. Creemos que Dios no nos escucha y consideramos el tiempo dedicado al trato con Dios como un tiempo perdido. El ejemplo que nos pone Jesús dice justo lo contrario. Dios no es insensible a las peticiones de sus hijos. Por eso, el Señor nos exhorta a no desanimarnos nunca. Jesús viene a decirnos que si no rezamos es porque nos falta fe.

La historia de la Iglesia corrobora las enseñanzas de Jesús. Desde su ser más íntimo, la Iglesia sabe que sus éxitos dependen de la oración. Santa Teresa de Calcuta sacaba toda su fuerza de la oración. Si cada día no hubiera consagrado varias horas a la relación con Jesucristo no hubiera encontrado soluciones para los miles de hombres y mujeres necesitados que atendió. Dios escucha y Dios responde.

La oración, por otra parte, siempre es respuesta a Dios. Él ha hablado primero. De ahí que san Pablo anime a Timoteo a recurrir a las Sagradas Escrituras. La Palabra de Dios es útil para instruir y, además, es el contenido fundamental de la oración. Conociendo lo que Dios nos dice estamos más dispuestos a saber cómo hablarle. Escuchando a Dios aprendemos a hablar a Dios. La misma constancia con que urge Pablo a su discípulo, “insiste a tiempo y a destiempo”, nos la enseña Jesús para la oración. No debemos desfallecer. Para ello hemos de estar convencidos, como reza el salmo de hoy: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”. La oración es muy poderosa.