Sab 11, 22 -12, 2: Sal 144; 2Tes 1, 11 – 2, 2; Lc 19, 1-10

La muerte y resurrección no han hecho cambiar de hábitos a Jesús. Apenas unas horas después de salir victorioso del sepulcro se introduce en casa de Cleofás, en Emaús, y se sienta a cenar. Y, poco después, se desliza en el cenáculo de Jerusalén y comparte con los suyos pescado y vino… Es el mismo; el mismo que, una mañana, subió a la barca de Pedro sin pedir permiso; el mismo que se presentaba de repente a las puertas de la casa de Marta, María, y Lázaro, solicitando un sitio a la mesa.

Con todo, nada tiene de extraño el que Jesús se presente en casa de sus amigos a comer. Muchas veces habrás escuchado, de labios de tus seres más queridos, aquello de «ven cuando quieras; ni siquiera tienes que avisar». El que Jesús comiera en casa de Cleofás o de Lázaro es una gran noticia, pero no es la «noticia de las noticias». La «noticia de las noticias» es que llamase a las puertas de Zaqueo, un jefe de publicanos que se enriquecía esquilmando el patrimonio de los más pobres. No espera Jesús a que Zaqueo se haya convertido para cenar en su casa; no es al Zaqueo santo a quien el Maestro pide hospitalidad. Es al ladrón, al «ateo», al escéptico y burlón, que fue llevado por la curiosidad a lo alto de una higuera, a quien Jesús llama por su nombre y dice: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa»; en el lenguaje de Cristo, estas palabras significan: «Zaqueo, amigo, yo te quiero; no esperaré a que cambies para quererte. Te quiero ya, tal como eres». Fue más eficaz, para derretir el corazón de aquel hombre, esta declaración de Amor que todos los discursos.

¡Que este poderoso rayo de luz que brota de Jesús resucitado ilumine nuestras tinieblas! Porque son muchos los padres «piadosos» que han dejado de frecuentar las casas de sus hijos desde que éstos se negaron a casarse por la iglesia; muchos los cristianos «cumplidores» que evitan la compañía de sus hermanos porque viven -dicen ellos- «en pecado»; muchos los «católicos fervorosos» que desprecian o ignoran a quienes no piensan como ellos… Déjame que hoy te diga, bajo la Luz pascual, que es cierto que muchos hombres viven en pecado. Pero hay dos cosas que no debes olvidar: la primera es que pecas cuando te juzgas mejor que ellos. La segunda -¡la más importante!- es que esas personas, más que cualquier sermón, necesitan urgentemente recibir la noticia que alumbró el alma de Zaqueo: «hermano, Jesús te ama hoy, tal como eres, sin esperar que cambies». Y, si esa noticia no les llega a través de tu cariño y cercanía; si no es en tu sonrisa de cristiano y en tu presencia fraternal donde ese Amor se hace buena nueva… Jesús, que quiere sonreír a esos hombres que tú desprecias, se llevará un buen disgusto a causa de tu intransigencia.

Por eso le pediré a María que sus hijos seamos los mensajeros del Amor de Jesús resucitado por todos los Zaqueos que hay en el mundo. ¿Acaso no hemos sido tú y yo, también, Zaqueo? ¿No lo somos «todavía»?