Rom 12, 15-16a; Sal 130; Lc 14, 15-24

Es buen día el de hoy para colocar nuestro «catálogo y jaculatorial de latrías»:

– Silvolatría o culto silvestre: «He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor». En esta religión, el «día del Señor» o día sagrado se extiende también al sábado… Pero el señor no es el Señor, sino una casita de campo preciosa en la que el creyente ha invertido sus ahorros y a la que entrega los fines de semana. Curiosamente, nunca hay una iglesia cerca. Del jaculatorial: «Yo no necesito la misa; me encuentro con Dios en la Naturaleza»; «Dios entiende que, con lo cansado que acabo la semana, lo que necesito los domingos es descansar en el campo»; «Estando la iglesia más próxima a ocho kilómetros, seguro que estoy dispensado de acudir a misa».

– Ciberlatría: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor». En esta secular religión, los antiguos bueyes -instrumentos de trabajo- han dejado paso a los modernos ordenadores. El culto requiere entregar el domingo a la devoción cibernética. Se sienta uno ante el ordenador a las nueve de la mañana, y pronuncia la primera jaculatoria: «voy a instalar una cosita; en diez minutos termino»… Dan las once, y es hora de ir a misa; segunda jaculatoria: «tú ve preparando a los niños, mi amor; yo voy ahora. Es que estoy consultando una cosita en Internet… Bueno, para no ir deprisa, mejor voy a misa esta tarde». Se come un bocadillo ante la pantalla, y llegada la tarde: «¡Uy, si es tardísimo! ¡Ya no llego a misa! ¡Bueno, como ha sido sin darme cuenta…!» Cuando el ordenador se cuelga, las jaculatorias son de otro estilo: «¡Me #!$#©® en la Ø#¤Ñ#~!», etc.

– Pichurrilatría: «Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir»… Repárese en el «naturalmente». ¿Qué significa? ¡Pues está claro! Si el gachó se acaba de casar, la actividad que le impide ir al banquete queda perfectamente delimitada. Esta religión es de lo más engañosa. Un joven o una joven cristiano/a decide, un buen día, que ha encontrado a su «pichurri», su media naranja. Pero el tal pichurri nada sabe de Dios ni le importa. Surge la primera jaculatoria: «¡Yo haré que se convierta!»… Llegan, en el noviazgo, los momentos de efusión sentimental, y, como el tal pichurri ni tiene motivos para contenerse ni tiene idea de lo que es la castidad, pues… Ya sabes, que va a lo suyo.

Comienza la lucha: ¿quién convierte a quién? En la gran mayoría de los casos, la parte creyente acaba cayendo en la pichurrilatría. Pasados varios meses, pronuncia con soltura la jaculatoria más clásica: «¡Esto no puede ser pecado! ¡Si es por amor!»

Es fácil dar con los propios huesos en una de las mil formas de idolatría cuando no se ora. Por eso dirigimos hoy nuestros ojos a María, «Virgen fiel». Que Ella haga de nosotros almas de oración. Entonces estaremos a salvo.