2Mac 7, 1-2. 9-14; Sal 16; 2Tes 2, 16-3, 5; Lc 20, 27-38

No sé de dónde viene esa idea según la cual el número siete da buena suerte. Pensé que se trataba de una superstición hispánica, pero también los anglosajones dicen aquello de «lucky as a seven». Como este tipo de cábalas tiene a veces raíces bíblicas, he consultado la Palabra de Dios. Este domingo, las lecturas están llenas de sietes.

Siete fueron los hermanos que, según nos cuenta la primera lectura, entregaron su vida para defender su fe. Lo hicieron con la segura esperanza de que Yahweh los resucitaría a la vida eterna… Pero los siete tuvieron que descender al Seno de Abrahán (¡uno de los infiernos!), y esperar allí, junto con los patriarcas y los justos, a que las promesas de Dios hallasen su cumplimiento.

Otros siete hermanos nos muestra el evangelio: los siete, uno tras otro, se desposaron con la misma mujer, esperando que la unión fuera bendecida con una vida nueva… Pero los siete murieron sin hacer fértil aquel vientre de piedra. «Siete»: número esperanzado, pero símbolo de la impotencia humana.

¿Qué más deciros? Siete maridos había tenido Sara, la mujer de Tobías, y los siete habían muerto la noche de bodas sin llegar a fecundar a la hija de Ragüel. Siete eran los días de la semana, el tiempo de gracia en que el Hombre y Dios debían consumar su Alianza, y al llegar el séptimo -el sábado- el Hijo de Dios yacía enterrado en un sepulcro y abatido por el fracaso. Siete veces estaba dispuesto a perdonar a su prójimo Simón, pensando que serían bastantes, Y Jesús le revela que, tras aquellas siete, aún debería multiplicar por setenta su misericordia… El próximo que vaya al quiosco de la lotería con aquello de «deme uno acabado en siete…», que se lo piense.

Pero, tras el siete, viene el ocho. Después de que los siete macabeos entregasen su vida, el Hijo de Dios entregó la suya. Y, por la ofrenda del Octavo, fue la colmada la esperanza de los primeros siete. Después de que aquellos hermanos, que son los siete pecados capitales, desposasen la vida del hombre y la dejasen baldía, Jesús -¡el Octavo!- se llegó a esa alma, arrasada por las culpas, y la desposó, colmándola de frutos de Vida Eterna. Los saduceos no sabían el alcance del «problema» que presentaban. Y tras los siete maridos de Sara vino Tobías – anuncio de Cristo-, la desposó y la fecundó. Y tras los siete días de la semana, vino el octavo, el domingo, en el que resucitó Jesús y nosotros con Él. Y tras los siete perdones humanos de Simón, perdonó una vez Jesús desde el Madero y fue suficiente. Él ha inaugurado la Nueva Creación, y, por eso, este Ocho es el Uno de la nueva cuenta: Primogénito de entre los muertos, Amor Primero del Alma, resucitado el domingo, día primero de la nueva semana… El billete premiado de la lotería divina que la Virgen nos regaló -¡Cristo!- no acaba en siete, sino en ocho. Claro que, en España, también decimos eso de «más chulo que un ocho»…