La Iglesia Española ha comenzado una campaña para financiarse con anuncios y declaraciones. Anteayer hablaba un obispo de su sueldo, no llega a “mileurista,” los sacerdotes vamos un poco por detrás. Ahora que tengo que comenzar de cero (y nunca mejor dicho), una parroquia te das cuenta de las muchas necesidades que hay, y de la libertad que da el no tener nada. La pobreza de los sacerdotes en España es una de sus riquezas. De todo hay, como en botica, pero la gran mayoría de los sacerdotes que conozco viven pobremente y no viven ni trabajan por el dinero. Y casi todos los que conozco trabajan, y trabajan bastante y a veces reciben aplausos y muchas veces palos, llegando a casa “cansados día y noche, a fin de no ser carga para nadie.” Por eso la Iglesia, aunque muchos le den tanta importancia, no es la Iglesia de las cifras y los datos, su vida va por otro camino: el de Jesucristo.
“Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.” En tiempos de Jesús, en tiempos de Pablo y en tiempos de Malaquías, como en otras tantas épocas, se pensaba que pronto llegaría el fin del mundo. Eso hacía que pululasen “diciendo: «Yo soy», o bien: «El momento está cerca;” y muchos se olvidasen de un mundo que pronto iba a terminar, dedicándose a ser perezosos. Pero el Señor es claro: “No vayáis tras ellos.” Todavía recuerdo aquel grupo de personas que a la llegada del año 2000 vendieron todo lo que tenía y se fueron a esperar al Mesías alas afueras de Jerusalén. No sé qué fue de ellos, me imagino que volverían a sus casa haciendo “auto-stop.” Jesús pide perseverancia. La perseverancia no se pide para esperar unos minutos, ni tan siquiera unos días. La perseverancia supone la fe y la esperanza. La esperanza pues sabemos que las promesas de Dios se cumplirán. La fe pues influye en nuestra vida de cada día, especialmente en la caridad.
Pero hoy en día parece que eso que de manera un tanto cursi llaman la “tensión escatológica” se ha perdido. El ambiente de increencia provoca que la fe no influya en la vida, la esperanza se desvanezca y, por lo tanto, no se sea perseverante. Rápidamente se “tira la toalla,” se abandona, con mil excusas, el ardor de la caridad y se acaba encerrado en uno mismo y, muchas veces, sorprendentemente en el trabajo. El trabajar por un sueldo (a veces tan escaso y tan injusto), mueve a lo inmediato. Se trabajan unas horas, unas semanas, lo máximo que lo alargamos es un mes, y nos remuneran con dinero. Y ahí se acabó la perseverancia y la esperanza. Se puede volver a empezar un mes más si nos ha “servido” nuestro dinero para gastarlo durante un breve plazo de tiempo. Y sin embargo, lo que sí que exige una perseverancia auténtica (tener un hijo, vivir el matrimonio como compromiso de vida, la vocación religiosa o sacerdotal), se ha mira en muchos casos como imposible e incluso con desagrado. Hoy habría que parafrasear a San Pablo y decir a muchos: “El que no viva, que no trabaje.”
No es esto un alegato contra el trabajo, todo lo contrario. Dios comienza su obra creadora trabajando, crea al hombre para trabajar. Jesús trabajó manualmente la mayor parte de su vida y los santos, exégesis viva del Evangelio, nos han enseñado a trabajar. Pero no a trabajar sólo por unas monedas. El trabajo transforma el mundo, coopera con la redención y nos santifica. Por esto, volviendo al principio, es muy difícil cuantificar el sueldo de un sacerdote. Mientras sea digno para vivir y no sea demasiado para poner el corazón el sueldo, es suficiente. Y laicos, sacerdotes, religiosos y Obispos, nos hacemos responsables de mantener la Iglesia.
Cuando se hace necesario recordar que hay que ser responsable, en todos los aspectos, de la labor de la Iglesia es que algo está fallando. No creo que sea porque se está esperando la Parusía en breve, que será cuando Dios quiera. Mas bien será por que ya no somos perseverantes y hemos perdido la esperanza. Si es así, comprendo por qué el Papa -según dicen-, dedicará su próxima Encíclica a esta virtud.
Dentro de poco comenzaremos el Adviento y diremos aquello de “tiempo de espera, tiempo de esperanza.” Santa María está en el centro del Adviento y de todo tiempo. Que ella avive con el aliento del Espíritu Santo los rescoldos de la esperanza en nuestro corazón.