Nos escribe una asidua lectora de estos comentarios -no sé su nombre, ni ella el mío, con ser Hijos de Dios nos basta-, contándonos como Dios se manifiesta en medio del cansancio, la desgana o la apatía. Cuando uno cree que se va a encontrar “más de lo mismo” de pronto se encuentra con las caricias de Dios. Creo que será una experiencia de casi todos los que intentamos seguir a Cristo, aunque sea a trancas y barrancas. A veces parece que Dios se esconde, que lo que empezamos a hacer con gran ilusión y entrega con el paso del tiempo empezamos a sacarle pegas. Entonces entra la rutina y, con la rutina, el desánimo. Parece que todo se derrumba, que hemos equivocado el camino o que, llevados por nuestra soberbia que siempre está latente, nosotros, sin los demás y sin la Iglesia, lo haríamos muchísimo mejor. Entonces nos apetece dedicarnos “a lo nuestro,” olvidarnos de los demás pues ya tenemos bastante con nuestra propia vida .
«¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios a quien veneras tan fielmente?» Los leones, como luego probarían los que habían calumniado a Daniel, estaban hambrientos y no suelen ser una buena compañía para pasar la noche. El que el rey Darío fuese a ver qué había sido de Daniel parece un gesto absurdo, lo más seguro es que no quedase ni la rabadilla. Pero el rey unía al nombre de Daniel dos datos importantes: “siervo del Dios vivo” y “fiel.” Y a sus siervos buenos y fieles Dios no les va a librar de dificultades, pero las va a hacer salir airoso de todas las pruebas. Esto es como aquellos que piden a Dios no tener tentaciones. Muchos lo han resuelto eliminando el pecado de su vocabulario y, por lo tanto, aguando la palabra virtud o santidad. A Dios no tenemos que pedirle no tener tentaciones, sino el salir airoso de ellas pues nuestro amos a Dios es más grande que cualquier cosa que pueda apartarnos de Él. Del pecado, como de los leones, nos tiene que librar Dios que cuenta con nuestra fidelidad. Si no, aunque los disfracemos de Simba, el simpático protagonista del Rey León, muerde y hace daño.
“Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán.” Esto parece incluso más preocupante que los leones. Jesús, cuando nos cuenta las catástrofes que han de venir no es un agorero, no se dedica a meternos el miedo en el cuerpo. Siempre hay un final: “ Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.” El Señor nos dice, como decía a nuestra lectora, ¡Levántate!. Los cristianos no anunciamos los males del mundo, sino el triunfo de Cristo. Muchas veces, en pequeños gestos, Dios nos hará paladear esa victoria de Cristo, muchas veces en los enfermos, en los pobres, en los humildes, en nuestras debilidades o en nuestra pequeñez. Y entonces descubrimos la grandeza de Dios, renovamos nuestro ánimo, azuzamos nuestra esperanza y nuestra caridad se hace más ardiente. No tengas dudas. Servir a Dios y hacerlo fielmente, a pesar de los pesares, es apuntarse a la victoria de Cristo. Servirnos a nosotros mismos o al pecado suele acabar en los leones.
“La imagen de la Virgen que preside la sala donde repartimos estaba guapísima y no me había fijado nunca que siempre sonríe” así escribía esta asidua lectora. La Virgen siempre sonríe pues sabe que siempre podemos levantarnos y volver a abrazar a Cristo y con Él la salvación.