San José ocupa un lugar importante en el misterio de la Encarnación. Sin embargo nos cuesta valorarlo en su justa medida. Su silencio nos sorprende y más en este mundo nuestro de palabrería. A mí me gusta pensar que si José calla es porque no puede añadir nada a las palabras que la Virgen le dirige al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”. El silencio de José es de absoluta complicidad con la respuesta de su esposa. Está tan convencido de la acción de Dios que incluso se aparta de ella cuando ve el misterio. A él aún no se le ha aparecido ningún ángel y, por tanto prefiere retirarse.

¡Que distinta la actitud de san José a la nuestra! Cuando vemos cualquier cosa importante, en seguida queremos estar ahí. Anteponemos nuestro deseo de figurar al respeto absoluto por el plan de Dios. El Evangelio indica la razón profunda de la actitud de José: era un hombre justo. Justo, en la Sagrada Escritura, tiene el sentido de santo. San José era santo. Este apelativo lo coloca también en relación con la Madre de Dios. A ella la saluda el ángel llamándola “llena de gracia”. Su esposo es justo, santo. Sólo fijándonos en ese detalle ya se nos ilumina la realidad de su matrimonio. San José había recibido las gracias necesarias para ser un buen esposo de María y ejercer de Padre del Señor.

Si María se turbó al oír el anuncio angélico, José se retiró. Es una reacción semejante por ambos ante la grandeza del Misterio que se les muestra. María se cubre con el velo del pudor mientras José se retira. El silencio de José es de lo más elocuente y una escuela para vivir la Navidad. Porque mientras preparamos el nacimiento en nuestra casa o nos disponemos espiritualmente para las celebraciones que se acercan, es bueno dejar tiempo para que Dios nos indique cómo hemos de vivir estos días. Es lo que hace san José. Su retirada no indica que no le interesa lo que sucede sino que se nos muestra como absoluta disponibilidad. Se ve fácilmente al observar que una vez recibió las indicaciones del ángel en seguida las puso en práctica. Su vida posterior nos habla en el mismo sentido.

Es durante un sueño que se le comunica su misión. En ella se le anuncia que deberá darle un nombre al niño que va a nacer. El Evangelio sólo utiliza el término “Hijo de David” aplicado a Jesús y a José. Porque las promesas davídicas le llegan a Jesús a través de José.

La Iglesia en los últimos tiempos ha ponderado la figura del santo patriarca. Aprovechemos estos días para aumentar nuestra devoción hacia él y pedirle que nos introduzca en su silencio. En ese silencio nos será más audible y comprensible el misterio de la Palabra que viene a visitarnos y nos trae la salvación.