San José está íntimamente unido a la Virgen maría y también a Jesús. Dios mismo lo incluyó en su plan de salvación. Es cierto que san José no dice nada en el Evangelio, pero ello no debe conducirnos a nosotros a silenciar su figura. Dios mismo le ha concedido un lugar relevante en el plan de salvación como se evidencia en el texto que hoy escuchamos. Pablo VI contrapuso la pareja de Adán y Eva a la formada por María y José señalando que, por esta última, nos había venido el Salvador del Mundo. De esa manera llamaba la atención sobre la importancia del santo Patriarca.

El texto nos permite, además, algunas consideraciones. Mientras María respondió al ángel “hágase en mí según tu palabra”, san José, nos dice el Evangelio, “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. La Encarnación es obra absoluta de la gracia. María concibe por obra del Espíritu Santo (“hágase”). En la figura de José, sin embargo, encontramos el “hacer” que Dios espera del hombre. Así se nos muestra el camino de cooperación entre la gracia y la libertad.

Por otra parte, el Evangelio insiste en la importancia de José puesto que a él le corresponde ponerle el nombre de Jesús. Además, a través de san José le viene a Jesús la ascendencia davídica. El evangelio reserva el título de hijo de David para dos personas: Jesús y José.
Emmanuel significa “Dios con nosotros”, pero no “Dios a nuestro lado a pesar nuestro”. Dios quiere estar con el hombre siendo recibido por el hombre. Si en la Virgen encontramos esa apertura radical por la que acepta ser madre de Dios, en san José se nos muestra como cada uno de nosotros hemos de recibir al que va a nacer de María.

Parece como si el texto nos dijera que no hemos de temer vivir a fondo el misterio de la Encarnación. José quiere apartarse porque se encuentra con que el embarazo de su esposa supera lo que él puede entender. Hay un detalle importante: el evangelista lo llama “justo”. Con esa palabra despeja cualquier duda que pudiéramos tener sobre José. Quiere apartarse porque le parece que el misterio desborda totalmente su capacidad, pero el ángel insiste en que debe acoger a María en su casa. Las aplicaciones espirituales que podemos extraer para este tiempo de Adviento son muchas. Quizás la llamada más grande que recibimos es a no apartarnos del Misterio.

Ciertamente el cristianismo no es absolutamente claro, sin embargo el misterio no oscurece la vida del hombre sino que la sostiene. Así lo señalaba el genial Chesterton: “Todo el secreto del misticismo es el siguiente: el hombre puede entenderlo todo ayudándose de lo que no puede entender. El lógico enfermizo se afana por aclararlo todo, y lo único que logra es hacerlo más confuso. El místico consiente que algo sea confuso para que todo lo demás sea explicable”. Es verdad que el misterio de la Encarnación supera lo que podemos entender. Pero no es menos cierto que aceptarlo ilumina nuestra vida y nos enseña a descubrir su sentido. Para ello, como José, hemos de acoger a María, figura también de la Iglesia, en nuestra casa. Su gravidez no la podamos explicar, porque es obra del Espíritu Santo, pero gracias a ella podemos entender mejor nuestra vida.