Ayer recordábamos que no es la mejor manera de conocer algo el saber lo que no es. La manera que tenemos de conocer es complicada y solemos agrupar las cosas desde un concepto universal hasta llegar al objeto particular. Es decir, conocemos lo que es el concepto perro y distinguimos a un perro de una jirafa, pero conocemos perfectamente cual es nuestro perro entre todos los perros del mundo. El arte abstracto complica un poco esta manera de conocer. Sabemos que eso es un cuadro, pero lo que nos diga el autor que representa y lo que vemos es pura coincidencia, se convierte en una especie de conocimiento subjetivo: la cosa es lo que sea para mí. Eso que puede empezar por lo estético (para gustos los colores), se va transmitiendo a otras facetas de la vida. se han perdido lo que se llamaban los “universales” y todo depende de cómo yo lo entiendo. Parece complicado, pero es sencillo.

“ Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” San Juan nos revela, inspirado por el Espíritu Santo, quiénes somos. Sin embargo nuestra filiación divina parece que depende muchas veces de nuestro estado de ánimo. En cuanto tenemos alguna dificultad, palpamos nuestra miseria o nos vemos sometidos por nuestros pecados, pensamos que ya no somos hijos de Dios,como si eso dependiese de nosotros. Como ejemplo pondremos a esas personitas que llamamos fetos. Conozco a muchos que se oponen al aborto, desde un convencimiento personal y cristiano. Pero cuando les cuentan el caso de una chica que ha sido violada, o se ha quedado embarazada con 14 años o se siente angustiada por su maternidad, entonces cambian de opinión y les parece “justificable.” Como si el ser persona o no dependiese de la voluntad de tu madre. Conozco madres con hijos de 30 años, drogadictos, alcohólicos, ladrones y mentirosos que les llevan amargando quince años su existencia día tras día y no conozco ninguna legislación que pida la opinión de la madre a ver si al chico le podemos considerar prescindible en la sociedad. (Ni conozco ninguna madre que lo haya solicitado). Sé que los filósofos me dirán que soy un simple, pero me encanta ser simple antes que complicado.

“Y Juan dio testimonio diciendo: – «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.» Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»” No es desde luego el único testimonio que tenemos de la filiación divina de Jesús, pero seguramente -junto con la confesión de Pedro y las propias palabras de Jesús-, la más explícita. Y si Jesús es el Hijo de Dios lo es para todos y para siempre. No depende de cómo esté nuestra fe, nuestro ánimo ni nuestra inspiración en un momento dado. Por eso cuando los que confesamos nuestra fe cada domingo somos luego tan dubitativos en el día a día, damos muy poco testimonio. No se trata de no ser pecadores, que tristemente lo seremos, sino que en medio de la vida más virtuosa o en medio del pecado más horrible recurramos a la misericordia de Dios para darle gracias o solicitar su perdón. Pero siempre desde la fe, desde el convencimiento, por encima de nuestra situación personal, de que Cristo es el Hijo de Dios y nosotros también somos hijos de Dios.

La Virgen sabe a quién tiene entre sus brazos, por eso no duda, siempre y en todo se fía de Dios.