Pobres Reyes Magos. Después de toda la noche trabajando, recorriendo miles y miles de kilómetros de una casa a otra, seguro que con acidez de estómago después del plato setecientos de turrón y peladillas, y con algo de resaca tras tanta copita de anís para entrar en combatir el frío, llegan a casa y ¿qué se encuentran? ¿Quién les deja a ellos los regalos? Seguramente sólo tengan ganas de dormir, pero seguro que en sus pensamientos antes de dormir se acuerdan de la sonrisa de ese niño que, hace dos mil años, les dedicó desde un pesebre en la fría noche de Belén. Y el regalo de esa sonrisa sigue haciéndose eco, año tras año, en esta noche de Reyes y se multiplica en la sonrisa de millones de niños.

“ Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.” Ensanchar el corazón. Ojalá fuese ese uno de los regalos que hoy encontremos en nuestra casa. Que ensanchemos nuestro corazón, que recuperemos la capacidad de asombrarnos ante la maravilla de Dios, y no tanto ante los vídeos de You Tube.

Herodes tenía que ensanchar el corazón, pues en su interior sólo cabía él mismo. Como tantos corazones de hoy empiezan por el yo y acaban por el yo, lo demás no tiene cabida. Son corazones estrechos, amargos, resecos.

“Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro.” La gracia de Dios hace el corazón más grande, lo amplía, lo abre a horizontes que antes eran inimaginables. Por eso el que no procura vivir en gracia de Dios acaba viviendo para sí mismo, no digo que sea malo, sí digo que es corto. Si nosotros dejamos hoy en el portal, además del oro, el incienso y la mirra de nuestra entrega, nuestros pecados, procuramos hacer una buena confesión y dejamos que la gracia de Dios nos invada, descubriremos horizontes que hasta ahora ni imaginábamos. Ese será nuestro mayor regalo.

“Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron.” El de corazón estrecho no suele tener demasiados problemas, no se plantea metas difíciles ni complicadas y lo que ve que le supera, lo rehuye. Tampoco tienes grandes alegrías y, por supuesto, estas son pasajeras. El de corazón ancho se lanza a empresas que parecen imposibles, no huye de las dificultades ni se achanta ante los problemas. Y, a pesar de las dificultades, va descubriendo alegrías en su camino pues su meta es la felicidad, el gozo, que no depende de su estado de ánimo, sino de encontrarse con la alegría hecha carne, que es Jesús.

Los magos de oriente tenían un corazón grande, y se fue ensanchando en su búsqueda. no sabían bien qué buscaban y Dios colmó completamente su dicha. María y José están siempre al lado de Dios Niño, ojalá también nosotros recibamos el regalo de renovar nuestra vida, ensanchar nuestro corazón, y llegar hasta esa meta. Y que esta noche tengamos presente la sonrisa del Niño.