Quedar bien. A todos nos interesa quedar bien, no equivocarnos excesivamente o, al menos, que los demás no se enteren. Tenemos miedo a que los demás se enteren de nuestras meteduras de pata. Conservar la “buena imagen” es importante para muchos. Cuando no se quiere a alguien se tiende a desprestigiarle, a intentar sacar un “trapo sucio,” aunque sólo sea una hebra manchada. Parece como si todos tuviésemos que tener una imagen impecable, sin darnos cuenta que todos sabemos que, habitualmente, ninguno de nosotros hemos pasado por la vida sin romper un plato.

“ Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.” Ante Dios no hay que disimular. Nos conoce perfectamente y conoce nuestras miserias y pecados. Por mucho que queramos disimular Dios nos conoce perfectamente porque nos ama en plenitud. Por eso cuando hacemos oración, cuando nos confesamos, cuando estamos en la presencia de Dios es un momento de especial descanso. Dios sabe en qué hemos pecado y nosotros no tenemos que intentar esconderlo, sino intentar convertirnos y cambiar. A Dios no le defraudamos y por eso ante Él estamos sin temor, algo que podemos hacer delante de muy poca gente.

“ (Jesús) va hacia ellos andando sobre el lago, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el lago, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque al verlo se habían sobresaltado. Pero él les dirige en seguida la palabra y les dice: – «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.»” Los Padres de la Iglesia y los autores espirituales siempre han identificado a la barca, agitada por las olas en medio del lago, con la Iglesia. Y ahí está su grandeza. La Iglesia, cada cristiano, no espera vivir en un mar sin oleaje, en un mundo sin miserias. Conoce las propias y las de los demás. Y no se escandaliza, ni las echa en cara, ni se asusta. Simplemente llama a la conversión, a descubrir el amor de Dios que tan bien nos conoce. Por eso no nos escandalizamos con nuestras miserias, ni las de los miembros de la Iglesia, ni con los pecados del mundo.

Algunos creerán que para hacer callar a la Iglesia sólo hay que destapar su “cubo de basura.” Eso bastaría para retirarnos de un concurso de popularidad, pero no para ser apóstol. El apóstol sabe que no llama a creer en él, sino a volverse hacia Dios y conocer el amor que nos tiene. Por eso le importa muy poco que le insulten o le denigren, esas son las olas, e incluso que le conozcan como es. Prefiero a un gran pecador, que luchar cada día por aprovechar la gracia de Dios, que al acomodado que cree que no tiene nada que cambiar. Pero si cuando quieren insultarte loo que te dicen son virtudes (que res fiel al mensaje recibido, que eres piadoso, que tienes fe,…), entonces hay que dar mucha gloria a Dios.

Nuestra madre la Virgen no tenía ningún temor a que Dios y los demás la conociesen como era. Hasta aguantó que la tomasen como madre soltera por aceptar la voluntad de Dios. Unidos a ella, que tanto nos quiere y tan bien nos conoce, nos libraremos del temor y amaremos a los demás como Dios nos ama, a pesar de sus miserias y las nuestras.