Hch 22, 3-16; Sal 116; Mc 16, 15-18

A nadie se le escapa que Pablo fue un hombre con «imán»: provocó atracciones irresistibles y rebeldías crueles en torno a sí. Recorrió más de la mitad del mundo hasta entonces conocido, y, allá por donde fue, pasó como un fermento de unidad, sembrando a su paso comunidades que seguían creciendo después de que él se hubiera marchado: Roma, Corinto, Éfeso, Tesalónica, Colosas, Laodicea, Filipos… Pero si su mérito hubiera residido en su atractivo personal, no estaríamos hoy celebrándolo en la santa misa: quizá le hubieran dado su nombre a un país, o le hubieran levantado una estatua sus devotos, o le hubieran elegido como emblema de «Operación triunfo»… No.

Pablo no llenó el mundo de «paulinos»; quienes quisieron formar su club de fans tuvieron su reprimenda en la primera carta a los Corintios. Lo que hace de Pablo el «apóstol de las gentes» es que llenó el mundo de cristianos. Cuando, camino de Damasco, Cristo lo derribó, Saulo no volvió a levantarse. Quien se levantó de aquella caída fue Cristo, porque aquel hombre había quedado «cristificado»: Saulo había muerto. Todos sus ideales, sus juicios, sus opiniones, y hasta su «religión» quedaron sepultados, camino de Damasco, para siempre. En adelante -dirá él mismo- «ya no soy yo quien vivo. Es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20). Su «imán» era el «imán» de Jesús, y, por eso, allá por donde pasaba, congregaba, en torno a sí, a cristianos. Su triunfo fue el triunfo de Cristo.

Al tomar este día como referencia para el octavario de oración por la unidad de los cristianos, la Iglesia nos está recordando algo que no debemos olvidar: nos sobra «Operación triunfo» y necesitamos «cristos»: gran parte de los cismas y las divisiones que han cercenado el Cuerpo de Cristo han tenido su origen en un triunfador con club de fans que le ha robado las ovejas al Pastor… ¡Cristos, cristo, cristos! ¡Necesitamos cristos que congreguen a los hombres en torno al Misterio de la Cruz, y que sepan desaparecer, sumidos en aquel Misterio, dejando a su paso el mundo sembrado de «cristianos»! Por eso le pediré hoy, sin miedo, a la Virgen Santísima, que dé a luz muchos «cristos» cuya luz aparte de nosotros el falso brillo de la efímera «Operación triunfo».