Hoy viernes de la primera semana de cuaresma. Abstinencia de comer carne. “¡Ya estamos! -se dirá alguno-, vamos a perder el tiempo con estas tonterías”. Con los graves problemas que tiene el mundo vamos a dedicar un rato a esa norma eclesiástica. Eso lo pensará el que se queda en la ley y no en el sentido profundo de la ley de la Iglesia. La Iglesia, que siempre es madre, nos pone unas normas muy sencillitas que quieren recordarnos algo más: el espíritu de penitencia, austeridad, pobreza y entrega que debe dominar estos días. El que se pregunta para qué vale no comer carne si se pone tibio a langostinos es que no ha entendido nada. Cumple la ley, pero se engaña completamente. El sacrifico en algo tan nimio como la comida nos recuerda que en la cuaresma todo nuestro ser, desde los jugos gástricos hasta las funciones neuronales se dirigen hacia la cruz: ese es el sentido del sacrificio que, como el amor, llena toda la vida.
No sé si será por las características de los hospitales que ahora visito, pero encuentro a bastantes maridos que acompañan a sus mujeres enfermas con una entrega envidiable. Lo “normal” suele ser que las mujeres sean más fuertes y los maridos los que enferman de mayores. En las habitaciones que visito me encuentro con muchos maridos, hombres hechos y derechos, que día tras día, a lo largo de meses e incluso años, están al lado de la cama de su mujer enferma, que tal vez ya casi ni se mueve ni conoce. Y esos hombres, de profesiones duras cuidan con delicadeza de sus esposas. Hace unos días me decía uno de ellos: “Me ha dado tanto que todo lo que yo pueda estar con ella es poco.” Me parece heroico, igual que cuando tantas veces lo hacen las mujeres, pero parece que los hombres estamos menos dados a esa entrega y me asombra más.
“Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.” Tal vez sería más fácil comentar el Evangelio de hoy hablando de lo negativo y extenderme sobre la “violencia de género” que llena las noticias de la televisión. Vivimos en un mundo en que se airea la violencia por doquier y se silencia la entrega de tantos héroes anónimos. Por eso hoy prefiero hablar de lo positivo, de las personas que saben perdonar, que siempre tienen una palabra amable y un gesto generoso para con los otros, de los que “recapacitan y se convierten.”
La abstinencia y el espíritu cuaresmal no es un negarse sin sentido de “placeres” de la vida. Es una afirmación de que podemos dar más, amar más, sentir más con la Iglesia y con toda la humanidad doliente que se une a Cristo en la cruz. Es un pequeño ensayo del alma que se entrega en servicio de los demás por amor a Dios. Es decir bajito, pero de corazón: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.” Y el perdón de Dios no se queda en palabras, es un hecho que se visualiza en el Calvario y en la Resurrección y por ello el perdón del cristiano se convierte en actos de amor, aunque a los ojos de los hombres parezca que se está perdiendo la vida.
Nos ha dado tanto y nos sigue dando tanto nuestro Padre Dios que la Iglesia nos lo recuerda a la hora de comer para que lo vivamos en la sobremesa.
Nuestra madre la Virgen está al pie de la cruz de su Hijo, está al pie de la cama donde maridos, esposas, hijos y amigos acompañan a los enfermos, al lado del que perdona de corazón al que le ha hecho algún daño, junto a aquel que quiere cambiar su vida y palpar la misericordia de Dios. ¿Crees que sigue valiendo la pena llamar imbécil a alguien?.Espero seguir aprendiendo más de esos maridos que de los que se dedican a insultar a los otros.