Dan 3, 25. 34-43; Sal 24; Mt 18, 21-35

«¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Por qué tiene que sucederme esto a mí?»… A la luz de la parábola del siervo sin entrañas, hoy te contestaré a esa pregunta. Te han tratado mal; te han hecho daño, y piensas que no lo mereces… Sin embargo -tenlo por seguro-, Dios no permitiría que sufrieras eso si no fuera para obtener un bien mayor. Incluso en las ofensas que nos hieren hay una palabra del Señor para nosotros:

– Yo creí que ya no me quedaban pesetas. Desde mediados de enero del 2002, todo mi capital estaba en euros. Pero un martes descubrí 500 pesetas en un cajón de mi despacho. Como aún le quedaban dos días de validez a nuestra antigua moneda, salí con ellas a comprar el pan. La dependienta de la panadería tenía la obligación legal de devolverme el cambio en euros, pero se empeñó en devolverme unas pesetas que, al cabo de dos días, no valdrían ni para jugar a las chapas. Tras un discusión, y viendo que no había nada que hacer, acepté y me comí las rubias, pero salí de allí con un cabreo de tomo y lomo y decidido a no volver a poner mis pies en esa tienda… Llegué a la parroquia, y no tuve mejor idea (¡gracias, Señor!) que desprenderme de las inútiles pesetas depositándolas en el cestillo de las limosnas. Mientras sacaba las monedas del bolsillo, el Crucifijo me miró: «¿Ves lo que haces, Fernando? Te quejas de que te den moneda inútil, y luego tú me la das a mí»… Enrojecí… «Siempre me has pagado con falsa moneda, Fernando: una oración vacía y rutinaria, una generosidad vanidosa, unas fuerzas medidas para no agotarte… Sin embargo, yo te perdono. ¿No serás capaz de perdonar tú a la chica de la panadería?».

– Hay personas que sólo acuden a mí cuando me necesitan. Jamás llaman para darme una buena noticia, o para preguntar, sencillamente, qué tal estoy… «¿Y no haces tú lo mismo conmigo, Fernando? Cuando te ilusionas con algo, metes allí la cabeza y el corazón de tal forma que apenas te acuerdas de Mí. Pero cuando las cosas se ponen mal, no tardas ni un segundo en pedirme auxilio… Yo te perdono y te comprendo. ¿No sabrás tú perdonar y comprender a tus hermanos?»

– No me agradecen lo que hago… «¿Acaso me agradeces tú a Mí lo que hago por ti?» Yo te perdono, Fernando, pero… ¿Perdonarás tú?

– Me han traicionado. Yo confiaba en esta persona, y se ha aprovechado de mí… ¡No me digas nada, Señor! ¡Cuántas veces te fiaste de mí, y me aproveché de tus dones en provecho propio! Tú me has perdonado… ¿Sabré yo perdonar?

Sigue tú: repasa las ofensas, injusticias y traiciones con que los hombres te han dañado, y dime si no son la única forma que Dios ha podido encontrar para que comprendas lo que has hecho con Él… Mira a la Virgen: tus pecados están llevando a la Cruz a su Hijo, y Ella te abre sus brazos. ¿Sabrás perdonar tú también? ¿Sabrás dar gracias por las ofensas recibidas?