Éx 32, 7-14; Sal 105; Jn 5, 31-47

Entre la Primera Lectura y el Evangelio de hoy no sólo han pasado miles de años… Ha pasado algo más. En el libro del Éxodo, contemplamos a Moisés intercediendo ante Dios para apartar de los judíos el castigo merecido por su idolatría… Y, miles de años después, en el Evangelio, es el propio Moisés quien acusa a su pueblo: «No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza»… ¿Qué ha sucedido durante ese tiempo? ¿Se agotó la paciencia de Moisés, de quien con razón se dijo: «Moisés era el hombre más sufrido del mundo» (Núm 12, 13)?

Sucedió que Moisés murió y marchó al encuentro de Abrahán. Y, después de él, vino Josué, que significa Jesús. Jesús tomó el testigo de Moisés y se interpuso entre Dios y los pecados de los hombres implorando misericordia. Tanto amaba a los suyos, que para obtenerla se dejó coser con tres clavos a una Cruz y se ofreció como Víctima por nuestras culpas, entregando su Cuerpo y su Sangre. Y, cuando vino a ofrecernos la misericordia que a tan alto precio nos había obtenido, los hombres le dimos la espalda: «¡y no queréis venir a mi para tener vida!»… Entonces el propio Moisés se levantó para acusarnos. Habíamos convertido la Pasión de Cristo en un sacrificio inútil.

Estamos ya muy cerca del Monte Calvario, y es urgente que recuerdes que la muerte de Cristo en la Cruz no basta para salvarte, del mismo modo que no basta abrir una puerta para que el hombre entre en el Cielo: tienes que cruzarla. Para que Jesús Crucificado pueda salvarte es necesario que tú te asocies a Él, que te subas a la Cruz: «¡y no queréis venir a mi para tener vida!».

Muchos hablan de «vacaciones de Semana Santa». Y, mientras su Señor suda sangre en Getsemaní, recibe en su Rostro los escupitajos de los soldados, es cosido a latigazos y clavado desnudo a una Cruz desnuda, ellos nadan en las playas de los paraísos tropicales o esquían en las estaciones de invierno de la «gente bien». Moisés, entonces, se cabrea, y con razón, mientras desde lo alto del Gólgota brota un lamento: «¡y no queréis venir a mi para tener vida!».

Queda muy poco tiempo. Dentro de dos semanas será Jueves Santo. Tienes que recogerte, tienes que orar más. Procura asistir a misa todos los días durante este breve plazo; ve despojándote de comodidades, porque sólo desnudo puedes subir al Leño.

Mortifica tus sentidos, todos los días, en pequeñas cosas, y comienza a meditar, en tu tiempo de oración, la Pasión de Cristo en la que debes bañarte. ¡Anda! ¡Vamos con Él!

Dejemos atrás nuestro capricho, y comencemos a poner el hombro debajo de la Cruz. En estos días, la Virgen no está tomando el sol en el trópico ni esquiando en Candanchú: está orando en en Cenáculo, porque se acerca la hora. Y tú y yo estamos – queremos estar- con Ella… Moisés suspira aliviado.