Al leer el evangelio de hoy me planteo que títulos reivindico para dejar de atender a la palabra de Dios. Los judíos de aquel tiempo apelaron a que eran hijos de Abraham para dejar de atender a lo que Jesús les decía. Les parecía que esa herencia carnal era motivo suficiente para estar seguros de su salvación. De esa manera descuidaban su salvación fiándose de una promesa hecha a Abraham, pero que para ellos parecía no significar nada. Se llaman hijos de Abraham pero no hacen lo que hace Abraham.

Meditando este evangelio me ha resonado lo que Benedicto XVI ha escrito recientemente diciendo que cada generación ha de hacer suyo lo que ha recibido. Eso vale para lo cultural, la educación, y también para la Buena noticia que nos es comunicada por el Evangelio. Hemos de hacer nuestro lo que nos ha sido anunciado. Hacer lo que hizo Abraham significa, como él, estar atento a lo que Dios nos pide y dar una respuesta de fe. La fe que él ejerció debía ser ejercida por los judíos del tiempo de Jesús y lo mismo cabe decir de nosotros.

Eso significa, también, que cada día hemos de actualizar nuestra vocación cristiana. Cada día hemos de reconocer lo que Dios nos ha dado y agradecerlo. A ello se refiere el Señor al decir: “si permanecéis en mi palabra”. Permanecer significa que su salvación no es algo del pasado sino que continúa sucediendo hoy. Cada día hemos de renovar nuestra atención a la palabra de Dios y reafirmar nuestra adhesión a Jesucristo. Cada día hemos de sentir que Él nos salva. Precisamente viviendo en esa actualización diaria de nuestra relación con Cristo comprobamos lo que dice Jesús: “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.

Seguramente esa frase, como tantas del Evangelio, es rica en significados y se puede interpretar de muchas maneras. A mí hoy me sugiere que permaneciendo en Cristo se me ilumina la verdad sobre este día. Al renovar cada mañana el ofrecimiento de obras y recordar que Jesucristo es mi salvador, se me muestra la verdad del día que tengo por delante, de la manera cómo he de aprovechar el tiempo, tratar a las personas, enfrentarme a mi trabajo y organizar el descanso. Se me muestra también la verdad sobre la situación personal en la que me encuentro, de enfermedad o de entusiasmo, de tristeza o de perplejidad, de… No importa cual sea la situación, pero hay en ella una verdad que se ilumina con Jesucristo. Sin esa luz todo se convierte en ocasión para el pecado y esclavitud.

Por eso la verdad de Jesús libera. Abre a la comprensión de que cualquier aspecto de nuestra vida es ocasión para vivir en unión con Él. Libera todos los acontecimientos y situaciones de la sombra de muerte. Nos muestra la belleza de la salvación en todas las cosas que hacemos y vivimos.