Ayer recordamos la muerte de nuestro Salvador en la Cruz; gesto extremo de amor en el que Dios abraza a todos los hombres y los libera de sus pecados. Hemos contemplado a los apóstoles que huyen de la ignominia temerosos de ser arrastrados por la suerte de su Maestro. Pero también hemos visto a María, la Madre, permanecer fiel junto a la Cruz de su Hijo. Allí recibió a Juan como hijo, y junto al discípulo amado, nos recibió a todos nosotros.

En el silencio del sábado santo, nos unimos al corazón de María, que espera. Nosotros lo hacemos con ella. En el misterio de este día Jesús desciende a los infiernos, para liberar a todos los que le habían precedido en el tiempo. Muchos habían esperado en Él. El que ha muerto desciende para derrotar a la muerte.

Unidos a la Virgen Madre, nos disponemos para el gozo pascual y el canto del Aleluya.