La noche pasada todas las iglesias del mundo se fueron iluminando, poco a poco, pasando de la tenue luz de las velas y del cirio Pascual hasta el momento en que, al entonar el canto del Gloria, la luz eléctrica (en aquellos lugares donde se tiene), iluminaba completamente los templos, llenándose de luz. Es la noche en que, rotas las tinieblas del pecado y de la muerte, nuestra vida se ilumina con la resurrección de Cristo, que da sentido a la vida completa del hombre, nos muestra la realidad del camino realizada por el pueblo de Israel y alumbra el camino que nos queda por recorrer, mostrándonos su final, que se convierte en principio. Hoy nos acercamos a ese sepulcro abierto.
A pesar de los siglos transcurridos muchos siguen empeñados en encontrarse un sepulcro vacío, que deja indiferente, como vacía está su alma. ¡Qué razón tenía el Señor cuando decía que algunos “ni aunque resucite un muerto creerán”!. El sepulcro de Cristo no está vacío como el de Lázaro, que espera mejor ocasión para reclamar sus derechos y volver a albergar los despojos de un hombre. El sepulcro de Cristo no es una habitación vacía, junto a las vendas en el suelo está la derrota definitiva del pecado y de la muerte, “la muerte ya no manda.” La losa apartada del sepulcro ha dejado que se derrame sobre el mundo entero, sobre toda la historia, la victoria de Cristo. Muchas veces, en muros y paredes, encontramos placas que recuerdan un acontecimiento: “En esta casa vivió Antonio Machado,” “En este lugar comenzó la revuelta del 2 de Mayo,” etc…, acontecimientos que sucedieron y, de una manera u otra, han influido en nuestra historia. Cristo resucitado no es, en ese sentido, un acontecimiento histórico. No es una placa que recuerda algo que pasó. La resurrección de Cristo es un hecho actual, abandonó el sepulcro hace dos mil años, pero se actualidad es hoy tan vigente como entonces. Al igual que los historiadores piden una “distancia temporal” para poder juzgar un hecho sin contaminarlo con reacciones inmediatas y poder analizar sus consecuencias, nosotros no nos damos cuenta aún de la magnitud de la resurrección de Cristo. Todavía nuestro pecado, el aferrarnos a el hombre viejo, nos impide tantas veces darnos cuenta de la realidad de la resurrección.
“Vio y creyó.” Juan se dio cuenta de lo lleno que estaba el sepulcro. Desde ese momento, por Gracia de Dios, su vida no podía ser la misma, mejor dicho, no era la misma. Todo lo que había oído, lo que el maestro les había dicho y sus padres le habían enseñado sobre la providencia de Dios, lo estaba viendo. Jesús no está encerrado entre cuatro paredes, sometido a la putrefacción de la muerte. El Señor está vivo y acompaña en su caminar a todos los creyentes. Seguimos sin entender las Escrituras, queremos seguir siendo buenos con Dios sin darnos cuenta de lo bueno que es Dios con nosotros. “ Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.”
Estos días de Pascua podemos dedicarnos a recordar un sepulcro vacío, como añorando tiempos pasados, o podemos participar de la victoria de Cristo, que es nuestra victoria. Podemos dar el paso de entrar en ese sepulcro y descubrir que no está vacío y dar solemne testimonio de ello.
Nosotros sí sabemos dónde han puesto al Señor: en el cielo a la derecha del Padre, en el alma en gracia, en la caridad que se pone en práctica, en la esperanza que no defrauda, en el sagrario que nos espera en nuestra parroquia. «¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?» «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua.»
Nuestra Madre la Virgen no tiene que acudir al sepulcro. En muchos de nuestros pueblos y ciudades hoy se hará la procesión del encuentro. María que sale al encuentro de Jesús, Jesús que sale al encuentro de María. Nada los separó, ni tan siquiera la muerte. Pidámosle a ella que nos ayude a entender, en profundidad, nuestra vida a la luz de la resurrección.