Comenzamos los días de Pascua, cincuenta días para hacer pasar por la cabeza, el corazón y nuestras obras la resurrección de Cristo. Para muchos hoy será simplemente el último día de vacaciones o el primero de asistir al trabajo. Se comentarán los atascos, las nevadas, tal vez las procesiones y… se acabó. Se volverá a la rutina, como si hoy fuese exactamente igual que ayer y con tan pocas esperanzas para el mañana como hace una semana. Parecerá´mucho mas importante el resultado de la liga de fútbol que la noticia de la resurrección. Somos así, lo importante se nos olvida y nos preocupa lo intrascendente.
“Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido.” Unas llevaban la alegría en el corazón, los otros la congoja por el castigo. Unos decidieron anunciar aquello de lo que eran testigos, otros inventaron falsedades para “quedar bien.” Unos recibieron una buena noticia y entregaron su vida; otros recibieron la mentira y les dieron dinero. Unos anunciaron la verdad, otros difundieron falsedades.
También hoy algunos quieren seguir propagando la mentira. Además de las innumerables películas y novelas que niegan abiertamente la resurrección, o que convierten la vida de Cristo en un mensaje moral, independiente de su vida, muerte y resurrección, otros quieren negar la resurrección silenciándola. Nos hablarán de la Iglesia, de la vida de Jesús, de las políticas eclesiásticas, de la solidaridad, de los Obispos y de los curas y las monjas, de la moral y de la liturgia,… pero hablarán de todo ello desde la inmanencia, como si Jesucristo fuera un elemento pasado. Muchas veces dicen: “Si Jesús viviese hoy haría tal cosa o tal otra.” Por la boca muere el pez. Jesús vive hoy en la Iglesia, en los cristianos, en el alma en gracia, en el silencio del Sagrario, a la derecha de nuestro Padre Dios.
Tenemos que afrontar este día con el convencimiento de la resurrección de Cristo. Tendríamos que decir con San Pedro, y con la misma rabiosa actualidad: “ Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, de lo cual todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.” Y entonces llenar el mundo de alegría. Muchas veces me encuentro iglesias tristes, cristianos tristes, obispos (a estos me los encuentro menos), cariacontecidos. La Iglesia, cada cristiano, tendría que ser un sembrador de verdadera alegría, de esperanza, de la fuerza del Espíritu Santo. Digamos hoy un no rotundo a la tristeza, desterremos de nosotros todo lo que nos impulsa a negar la resurrección con nuestras obras. Quitemos la losa que deja encerrado al hombre viejo y dejemos que nuestra alma se ventile con la fuerza del Espíritu Santo.
Nuestra Madre la Virgen sabe más que nadie la certeza de la resurrección y lo que ello implica. Pidámosle a ella que nos enseñe la escuela de la alegría.