Hoy empezaré a vivir en un apartamento dentro de los límites de mi nueva parroquia. Ya han pasado seis meses desde que recibí el encargo del Obispo de empezar esta nueva parroquia, ya es hora de vivir allí, parezco un Testigo de Jehova yendo de casa en casa a atender lo que me piden los feligreses. Eso está bien, pero todavía no se cuando podre tener un inicio de templo, sea un local, un prefabricado o una tienda de campaña. Comprendo que la cuestión económica es importante y así me lo intentan plantear los gestores que se dedican a esas cosas. Pero Dios me ha hecho cabezón y, aunque me multiplique por diez, madrugue y trasnoche, toda mi labor será infructuosa si no hay un Sagrario en ese barrio. Cada uno podemos ir a ver a un sacerdote, pero si eso no nos lleva hasta el Sagrario, no vale de nada.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” En el Sagrario se encierra, por amor, el Amor. La parroquia no es un local para que la gente se reúna, aunque eso sea importante. No es un tejado para no pasar frío, es sobre todo, el lugar donde Cristo está encerrado en el Sagrario. Allí es donde pueden dirigirse los corazones de todos los habitantes de ese barrio, donde los cristianos van a poner su corazón junto al corazón de Jesús, donde los no cristianos pueden encontrar la paz, donde cada uno nos alimentamos del Pan de Vida. Una parroquia, alguna hay, sin Sagrario es como un mausoleo. Una parroquia donde el Sagrario no es el centro acaba siendo un lugar de cotilleos y chismes, donde todos se juzgan unos a otros pues no se dejan salvar por Cristo. Una parroquia donde el Sagrario está escondido y descuidado deja de ser apostólica y se queda encerrada en sí misma pues oculta su único tesoro, la luz que rompe la tiniebla. Espero pronto poner un Sagrario en ese barrio (cuento con vuestra oración), pero también espero que cada uno de vosotros acudáis hoy al Sagrario con una mirada nueva, con un corazón renovado, con una alegría completa.
«Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro.» Esa es la paradoja de Dios, Él se queda encerrado para que su Palabra no esté encadenada. Cuando se está un rato contemplando a Cristo en el Sagrario uno se da cuenta que no hay dificultad tan grande (ambiente, juicios adversos, dificultades económicas o culturales,…), que nos impidan anunciar el amor que Dios nos tiene. No podemos privar a nadie de tener la posibilidad de acercarse a Aquel que tanto nos quiere. Frente al Sagrario el amor de Dios deja de ser una idea o algo mas o menos irreal, se convierte en algo palpable, tan real como el amor de nuestra madre, de la esposa, del hijo. Por eso vale la pena pasar ratos delante del Sagrario, pararnos un momento en nuestro camino para hacer una visita, ponerlo en el centro de nuestra vida pues la Iglesia vive de la Eucaristía.
La Virgen tuvo al Señor en sus entrañas, tu y yo lo tenemos también así de cerca, Pidámosle a ella que nos haga almas eucarísticas, y que pronto pueda poner el primer Sagrario en ese nuevo barrio.