Hech 6, 8-15; Sal 118; Jn 6, 22-29

Es, junto con «Río Rojo», «El Álamo», y «Silverado», uno de mis cuatro «westerns del alma» (sí, tengo «westerns» en el alma, ¿qué pasa?). El bueno de Ransom Stodart (por supuesto, James Stewart) parece coger de la mano a San Esteban. Al fin y al cabo, la película de John Ford y el fragmento de los Hechos de los Apóstoles que hoy consideramos nos sitúan ante el mismo misterio: la indefensión del justo frente a los malvados. La finura católica de Ford plantea un interrogante que sólo Dios puede responder: el justo no triunfa en esta tierra si se niega a usar las armas de los malvados. Para que venzan «los buenos», Ford necesitará un pecado cuya sombra perseguirá a Ransom Stodart de por vida… Venció, pero tuvo que pecar (aquí Ford realiza una pirueta, porque la sangre recae sobre las manos del «chivo expiatorio» Tom Dolifan – John Wayne-). Gracias a un pecado, el justo consigue pasar la vida haciendo el bien. He aquí el interrogante: si Jesús se hubiera bajado de la Cruz y hubiera acabado con sus enemigos para implantar la justicia en la tierra, como le pedían cuantos querían hacerlo rey… ¿Habría estado justificada su desobediencia?

«Lo condujeron al Consejo, presentando testigos falsos»… Esteban era un hombre joven, capaz de realizar aún muchas obras buenas… ¿Debe entregarse a la muerte y dejar que triunfen los malvados, por no querer usar sus mismas armas? El mundo gritará que «no»… Ford no parece muy convencido de ello… Y la Palabra de Dios es terminante: «Los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y, su rostro les pareció el de un ángel»… El propio Dios dará testimonio en favor de su siervo, pero el testimonio de Dios no cuenta en un proceso humano: Dios no tiene carnet de identidad. Y, en cuanto a la eficacia de la vida -debiéramos decir «de la muerte»- de Esteban: «Aunque los nobles se sienten a murmurar de mí, tu siervo medita tus leyes»… La respuesta del justo es la oración. Y -no nos engañemos- la oración no salvará su vida; Esteban morirá apedreado. La oración, cuyo alcance va mucho más allá, unirá su muerte a la de Cristo y la hará más eficaz que todas las obras buenas que hubiera podido realizar en vida… Hasta allí no se atrevió a llegar Ford. Dejó la película colgada al borde del martirio, pero a su vez dejó un crucial interrogante colgado de la película.

«Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura»… Cuantos ven en la fe una forma de «salvar la vida», a lo humano, deberían meditar estas palabras. No se acerca hasta nosotros un Resucitado para regalarnos prosperidad terrena; para eso hubiera bastado un millonario filántropo. Jesús Resucitado se acerca para acariciar con su Cruz nuestras adversidades, convertirlas en Puerta de la Vida y dotarlas de una eficacia que el mundo no conoce. Y si invocamos a María como «Reina de los mártires», no es para adjudicarle el imperio sobre los cadáveres, sino para proclamar el triunfo de Cristo en quienes se mantuvieron en oración mientras sufrían la injusticia.