Hech 11, 1-18; Sal 41-42; Jn 10, 11-18

La liturgia nos permite continuar nuestra meditación sobre la alegoría del Buen Pastor. Sigamos, pues, que en las cosas de Dios no debe haber más prisa que la que tenemos por servirle. Considerábamos ayer varias de las figuras que componen el cuadro del discurso. Hoy aparece un personaje más: «El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye(…) y es que a un asalariado no le importan las ovejas».

El asalariado no se busca sino a sí mismo y su salario; por eso no ama a las ovejas, porque las utiliza para ganar su ración. Calcula con frialdad si lo que tiene que hacer «le compensa» según el salario que recibirá por ello… Con todo, no es éste el mayor problema del asalariado. Su mayor problema es que es necio, y ha olvidado a quién sirve y quién le paga. Si al menos recordase que trabaja para Dios, si supiese que el propio Señor recompensará sus desvelos, no habría riesgo que no estuviese dispuesto a correr por obtener tan valiosa paga. Pero el asalariado no tiene fe, y busca un salario terreno: el agradecimiento de los hombres, el beneficio económico, la buena imagen, la tranquilidad de espíritu… No está dispuesto a entregar la vida, porque es la vida la que quiere ganar.

Atiendo con cierta frecuencia a una comunidad de religiosas que tienen un colegio no muy lejos de mi casa. Las he bautizado secretamente como «las hermanas Dios-se-lo-pague» (¡Que no se enteren!). Nunca dicen «gracias»… Al fin y al cabo «gracias» significa muchas cosas. Si dices gracias, corres el riesgo de que te respondan «de nada», lo cual es una gilipollez importante. O, peor aún, te expones a que te repliquen: «las que tú tienes», lo cual es una impertinencia. Por eso ellas no dicen «gracias». Son mucho más concretas y mucho más generosas: «Dios se lo pague, padre…». Eso significa: «nosotras somos pobres, pero nuestro Esposo es rico. Él le pagará»… ¡Fantástico! Nadie me ha recordado jamás con tanta dulzura a Quién debo servir, y de Quién debo esperarlo todo. Puestos a ser «asalariados», mejor de los listos que de los tontos. Pero, puestos a ser santos… Mejor entregar la vida por Amor: «Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente».

Te sugiero unas palabras para tu oración: «Te me entregaste, Señor, a cambio de nada, pues que sólo recibiste de mí ofensas. Ahora quiero yo entregarme a Ti con la misma generosidad; quiero darte mi vida sólo por amor. Y aunque nada obtuviese a cambio, aunque -disparato- por mis culpas me condenase, quisiera, Jesús, de todas formas entregarte mi cuerpo y mi alma para que pudieras abrasarlos en el fuego de Amor por las almas que consume tu Pecho. Sé que me pagarás, porque nadie se ha acercado jamás a Ti que haya quedado sin recompensa, pero concédeme entregarme por amor puro, para que nunca llegue a pensar que he merecido la paga»… Di conmigo: «Amén». Di, con María: «Fiat»… Yo lo digo muchas veces, pero no dejo de emocionarme cuando escucho a las hermanas: «Dios se lo pague, padre…» ¡Qué suerte tengo!