Hech 11, 19-26; Sal 86; Jn 10, 22-30

«Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías»… Satanás tiene también su rebaño, y lo gobierna sirviéndose de asalariados. Jamás llama a las ovejas por su nombre, puesto que no las ama. Las trata como a una masa obediente, y las dirige sirviéndose de esa maldita pedagogía que, durante siglos, se ha demostrado eficaz para dirigir a las masas: el palo y la zanahoria. Si quiere que sus ovejas le entreguen dinero, le bastará con anunciar por televisión un automóvil de lujo y mostrar en el anuncio a una mujer ligera de ropa. Humilla primero a la hija de Dios, que ha vendido su cuerpo por un salario vil, y, convertida en zanahoria que cuelga del palo, atraerá en pos de sí millones de miradas hambrientas y un considerable número de bolsillos rotos. Satanás controla bien los ‘share’ de audiencia, y dirige como nadie ese mercado en el que jamás un hombre es atendido por ser quién es. No le interesan las personas, pero maneja bien los «recursos humanos» (así los llama, y así nos hemos acostumbrado a que nos llamen… ¿Pero es que a nadie le da miedo todo esto?). Con todo, bajo su estrategia reposa una premisa: la de que el pecado mortal es inevitable. «Caerás de todos modos» – parece susurrar en los oídos de los hombres-, «¿Para qué resistirte?». Recuerdo con temblor el día en que escuché ese anuncio: «Tú también caerás», me dijo alguien. Sentí pavor. Bajé a la capilla, y rompí a llorar.

«Nadie las arrebatará de mi mano». Entonces comprendí que soy destinatario de una promesa de Dios: si rezo, no caeré. Y Él sabe bien cuánto me gustaría disponer de tantos medios como dispone el Maligno para gritarlo al mundo: ¡Se puede vivir sin caer en pecado mortal! No empeño mi palabra, sino la de Dios, y en su Nombre os prometo que no os separaréis de Él mientras seáis fieles a la oración. Soplarán vientos que os harán estremecer; llegarán heladas terribles y tiritaréis; se levantarán tormentas, y puede que os tambaleéis hasta tal punto que parezca que todo se viene abajo… Pero, si no dejáis la oración, no caeréis. En el Nombre de Dios, os lo prometo. En medio de esta calima pegajosa de sensualidad, se puede ser casto, se puede ser célibe, se puede ser virgen, se puede vivir sin mentir, se puede sobrevivir sin robar, se puede salir adelante con diez hijos, se puede ser fiel al cónyuge… ¡Se puede ser santo! ¡Ay, si pudiera detener «Gran Hermano» durante un minuto para gritarlo ante los millones de oídos que cuelgan de ese rebaño! No puedo, y os lo grito a vosotros para que lo gritéis: ¡Se puede! No te engañaré: quienes deciden vivir así despiertan la envidia del Demonio, y tienen a su puerta mil chacales hambrientos esperando su hora. Si eres fiel a la oración, no temas. Pero, si dejases de orar, también te prometo que te devorarán, y vendrás a ser la oveja más humillada del rebaño del Maligno. Así de claro.

La Virgen no es un mito: tanto ella como los santos han vivido en este mundo, y en ellos se ha cumplido la promesa: «nadie las arrebatará de mi mano». ¿Dejarás que se cumpla en ti? Reza, por el Amor de Dios.