El Evangelio de hoy reproduce un fragmento del discurso de despedida del Señor. Aparece ene. Contexto de la Última Cena, cuando el Señor ya está pronto para sufrir la pasión en Jerusalén. Sin embargo, desde su inicio está lleno de palabras de consuelo. Por tanto no es simplemente un discurso “de adiós” sino, mejor, una explicación de la gloria que Jesús va a recibir en su pasión y resurrección y de la que podrán participar sus discípulos. Jesús se va al Padre, pero allí les va a preparar un lugar. El Señor nos indica como va a completar su misión. Si se ha hecho un lugar entre los hombres, por la Encarnación, ahora vuelve al Padre para preparar nuestra entrada en la gloria. De esa manera su misión queda completa.

En las palabras de Jesús encontramos el siguiente recorrido. En primer lugar pide a sus discípulos que confíen en Él. Señala que es Dios al pedir en Él la misma fe que se pone en Dios. La fe en Dios es inseparable de la adhesión a su enviado. Vamos a Dios a través de Jesucristo. Jesús nos indica que Él es el camino que conduce hacia el Padre. El hombre, que a lo largo de la historia ha intentado muchas maneras de acercarse a Dios ahora se encuentra con que hay un puente que ha sido tendido entre el cielo y la tierra: la humanidad de Jesucristo. Santa catalina de Siena en su Diálogo expone que, antes de Jesucristo los hombres intentaban salvar la distancia que les separaba de Dios. Lo compara a un río que ha de ser vadeado, pero todos se anegaban en sus aguas porque nadie, a pesar de sus obras justas, podía llegar a la vida eterna. Pero ahora hay un puente: “Mira su grandeza que va del cielo a la tierra. Mira cómo la tierra de vuestra humanidad está unida a la grandeza de la divinidad. Por esto digo que llega del cielo a la tierra, por esta unión que he realizado con el hombre”.

Felipe pide ver al Padre. Quiere anticipar la visión beatífica. Jesús le indica que quien le ve a Él ya ha visto al Padre, porque son uno en la Trinidad. Ciertamente sólo se ve su humanidad, pero su divinidad puede reconocerse por sus obras. Si las obras que Jesús hace son indicio de su divinidad fácilmente podemos creer que Él es Dios. De hecho la Iglesia experimenta el influjo de lo divino en su vida cotidiana y por ello, a pesar de los momentos de tribulación, no puede negar su fe.

Conocemos al Padre conociendo al Hijo. Es más, no podemos vivir la paternidad de Dios sin la filiación que hemos recibido a través de Jesucristo. Hablar de Dios Padre sin tener presente a su Hijo es inventarse su paternidad y minimizarla. Dice san Ireneo: “Es imposible conocer a Dios en su grandeza porque el Padre es incapaz de ser medido (por el hombre)”. Ahora bien, por su abajamiento el Hijo se convierte en intérprete del Padre y en camino hacia Él.

Jesús finaliza el evangelio indicando que quienes crean en Él realizarán obras aún mayores. Palabras que incluyen una gran promesa que se entiende a la luz de lo que dice Pablo: “sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar sus hazañas…”. Se trata de la Iglesia, inseparable de su cabeza y testigo de cómo Jesús continúa actuando en la historia.