Cuando compras un ordenador y te instalan el sistema operativo se llena de carpetas, archivos y extensiones que, para los usuarios noveles como yo, no nos dicen nada. Te suelen meter unos jueguecitos para cuando desesperes de buscar un procesador de texto, y alguna carpeta que suelen llamar utilidades que traen distintos programas, unos de mantenimiento del ordenador, medidores de color de pantalla, gestiones de actividad y unas cuantas aplicaciones más que habitualmente no se utilizan. Hasta que llega alguien, que sabe poco más que tu, y te dice lo fundamentales que son, las virtudes del uso de las utilidades y te mira con misericordia por tu falta de conocimiento y sensibilidad. Entonces empiezas a utilizarlas frenéticamente: desfragmentas el disco duro, revisas permisos, optimizas el espacio,… hasta que vuelves a tener trabajo y la carpeta de utilidades vuelve a ser completamente inútil. Hasta que un día empieza a fallar todo y regresas a la tabla de la salvación de la carpeta de utilidades, cuando ya no tiene remedio. A pesar del enfado no conozco a nadie que haya mandado a la papelera la carpeta entera, tal vez algún día sea útil. Algo así hacen algunos con la Iglesia. La tienen olvidada, no la entienden ni la apoyan, alguna vez la utilizan y, cuando hay problemas, amenazan con borrar la Iglesia del mapa social, pero en el fondo saben que no pueden hacerlo.
“No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.” La transmisión de la fe no es sólo una moda o una costumbre. Jesús quiere nuestra cooperación, pero es Dios quien mantiene, apoya y alienta la evangelización. La Iglesia no pone su confianza en una gran superestructura (por muy aparatosa que parezca aveces), sino en el impulso del Espíritu Santo. Por eso la Iglesia existe a pesar del ambiente político reinante, ya sea en libertad o en las catacumbas. Podemos, debemos, exigir la libertad no sólo como cristianos, sino como personas. Lo que no seremos será una moneda de cambio.
“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.” Los enemigos de la Iglesia (que los hay), buscarán dividir a la Iglesia. Pero la unidad de la Iglesia no surge de un mismo sentimiento o unas aficiones comunes, que pueden variar con el tiempo. Nace de la misma vocación bautismal, de una misma fe en Jesucristo Salvador y de la participación de un mismo Espíritu Santo como hijos de Dios Padre. Cada uno en su lugar, pero íntimamente unidos por algo más importante que la carne y que la sangre. La Iglesia no es un juguete en manos de los políticos o los poderes económicos. Por eso la Iglesia nunca ha estado “a gusto,” ya sea por un lado o por otro siempre han surgido voces cristianas que han denunciado las situaciones de injusticia. En esa aparente diversidad se manifiesta la unidad de la Iglesia en torno a Jesucristo.
En este mes de mayo miramos a María, la Virgen, y pedimos que nos conceda la inteligencia suficiente para entender qué es la unidad en el Espíritu Santo.