Varias veces esta semana hemos hablado del ambiente que nos rodea, seguro que si pudiéramos hacer un foro entre todos vosotros nos encontraríamos mil situaciones distintas y seríamos incapaces de delimitar quién está en la situación más difícil. Podríamos hacer una lista interminable de cosas que quisiéramos cambiar o mejorar en nuestro ambiente para que sea más fácil hablar de Dios. En ocasiones ver las dificultades nos impide mirar más adelante y nos quedamos como bloqueados ante ellas. Entonces surge la queja, la auto-compasión y el dar lástima. Surgen las comparaciones: “Si yo viviese en…” “Si mandase otro gobierno…” “Si mi parroquia fuese distinta…” “Si…” Mil sinrazones que obstaculizan nuestra acción y, sobre todo, obstaculizan la misión del Espíritu Santo.
“Cuando llegamos a Roma, le permitieron a Pablo vivir por su cuenta en una casa, con un soldado que lo vigilase. Tres días después, convocó a los judíos principales; cuando se reunieron, les dijo: – «Hermanos, estoy aquí preso sin haber hecho nada contra el pueblo ni las tradiciones de nuestros padres…” Pablo había sido acusado por los judíos, perseguido con la misma saña con que el se aplicaba a buscar a los cristianos en su mocedad, y eso mismo le había llevado hasta Roma, preso y vigilado. El apóstol de los gentiles podía haberse dedicado a predicar a los paganos y “pasar” de los judíos que tantos disgustos le estaban dando. Sin embargo San Pablo sabía que el Señor no se desdice. El pueblo elegido había sido el pueblo de Jacob y, por lo tanto, podía y debía anunciarles a Jesucristo, la “esperanza de Israel.” Con esa libertad y fidelidad al Espíritu Santo consiguió vivir en Roma “recibiendo a todos los que acudían, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos.” Sin duda alguna no le faltaron dificultades y tropiezos, pero era interiormente libre. Las dificultades existen y existirán siempre, pero no tienen porqué ser obstáculos.
“Pedro dice a Jesús: – «Señor, y éste ¿qué?» Jesús le contesta: – «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»” Esta me parece una de las afirmaciones más claras de la divinidad de Jesucristo. Dios hace lo que quiere ¡y a nosotros qué?. A veces nos pasamos la vida pensando la de cosas que le vamos a echar en cara a Dios cuando nos encontremos frente a frente con Él. Dios cuando nos pone en situaciones difíciles nos da la gracia para superarlas, luego es un atrevimiento el intentar pedirle explicaciones. “Tú sígueme” y lo demás sobra. Fiarse de Dios es evitar los estorbos pues los retos los superamos con la ayuda principal del Espíritu Santo, o mejor dicho, Él se salta los obstáculos a la torera a pesar de nuestra falta de confianza y de entrega.
Esta noche y mañana pediremos insistentemente el don del Espíritu Santo. No se nos ocurra pedir que Dios siga nuestra propia “hoja de ruta” para la salvación del mundo, sino que nosotros nos zambullamos con plena confianza en la historia de la salvación de Dios, ya que cuenta con nosotros.
La Virgen María no pide por qués a Dios, simplemente se pone en sus manos y, así, entre mil dificultades, nunca tuvo ningún estorbo. Sacudamos nosotros los estorbos de nuestra vida y bajo los dones del Espíritu Santo actuemos con la libertad de los hijos de Dios.