St 5, 9-12; Sal 102; Mc 10, 1-12

«Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer»». Con tu licencia, Señor, déjame que complete la cita. Permite que la tome un poco más arriba: «A imagen de Dios los creó. Hombre y mujer los creó» (Gén 1, 17)… Siempre me han fascinado estas palabras del Génesis, según las cuales, al crear al ser humano así, «hombre y mujer», trazó Yahweh en la tierra la imagen de Sí mismo.

Cuando no lo empaña el egoísmo, el amor entre un hombre y una mujer es una de las más hermosas y limpias imágenes de Dios. La Eucaristía es Dios, aunque escondido… El amor humano, sin embargo, es sólo su reflejo… Pero en él parece en ocasiones Dios mostrarse hasta dejarse tocar. «No deseo nada más en esta vida» -me decía un hombre tras veinte años de matrimonio- «sólo quisiera morirme teniendo entre mis dedos la mano de mi mujer»… Y a mí me recorría un escalofrío como si el Espíritu Santo en persona estuviese acariciando mi cuerpo; me parecía ver a Dios. Y lo mismo me sucede cuando escucho a una mujer cuyo matrimonio ha estado sembrado de cruces decirle a su marido que sigue «loquita por sus huesos» (¡No sé qué tendrá la osamenta para generar estos requiebros!). Porque si estas palabras las pronuncia un adolescente obnubilado, no les doy importancia… Pero si las pronuncia un hombre después de veinte años de matrimonio, Dios mismo está hablando de Sí. Y si miras despacio a ese hombre y a esa mujer unidos por una corriente imparable de amor, te parece contemplar, como reflejados en un estanque de aguas claras, al Padre y al Hijo atravesados de parte a parte por el caudal inagotable del Espíritu… Miras luego a sus hijos, fruto de ese amor, y entiendes el misterio de la Iglesia, fruto de un Amor fecundo e increado que mora en el Cielo y se derrama en la Tierra.

El amor humano no se crea, porque nadie elige de quién se enamora. El amor humano se recibe como un don y debe custodiarse como si uno tuviera en sus manos la Sagrada Hostia… Quienes lo toman como pretexto para el egoísmo, cometen una profanación. No olvidéis, hermanos míos casados, que un día Dios os preguntará: «¿Qué has hecho con el rayo de mi Espíritu que te mandé guardar?»… Los adolescentes, cuando son atravesados por el primer flechazo, quedan abrumados y se entregan «sin querer»… Pero, pasado un tiempo, aquel ímpetu primero se retira para mostrar un camino muy estrecho y muy hermoso, pero muy empinado… Es el momento de «querer entregarse», es la hora de bruñir con la Cruz aquel primer rayo… Y a quienes, entonces, siguen adelante cogidos de la mano, los contemplo como si llevasen una Custodia por los caminos de la tierra mostrando a la Santísima Trinidad. Ante esa custodia me arrodillo sin querer. Si alguien me pide una prueba de que Dios permanece en el mundo, sin dudarlo le muestro a mis amigos y le digo: «mira cómo se quieren éstos»… Hoy quiero presentar a la Virgen vuestros amores, y quisiera ponerlos en sus manos, porque sé que cuanto allí guardamos se conserva hasta la Vida Eterna.