En España hay preocupación. No se trata de hacer de profeta fatalista, pero las cosas no andan bien. Algunos nos recuerdan que no hay que “echar balones fuera”, y que el primer problema se encuentra dentro de la Iglesia, y de aquellos que nos llamamos católicos… quizás, en parte, tengan razón, pero no es óbice para vislumbrar una atolladero insalvable, en los que con su silencio, su indiferencia o su ataque, quieren ver en la Iglesia el obstáculo del “progreso”… pero el avance, más bien, se dirige hacia una sociedad que va agonizando.

“Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente”. El anuncio de San Pedro da en la diana. Cuando la verdad se sustituye por un “prudente” relativismo, la caída está garantizada. El amor deja de tener su referente en esa obediencia a la verdad que nos libera, y permanecemos indefensos, proclives a dar la razón a una supuesta mayoría (que, curiosamente, nunca lo es), donde lo único que vale es aquello que, en definitiva, no tiene que ver nada con Dios (aunque algunos lo pongan como excusa). ¿Somos capaces de amar al prójimo hasta el punto de olvidarnos de nosotros mismos, sin buscar una “contraprestación” o un beneficio personal? Si no es así, entonces, algo no va bien.

“El Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará”. Estas palabras del Señor son las que producen escándalo y resultan las menos políticamente correctas. Podríamos decir que los discípulos del Señor aún andaban “a por uvas”. Seguían esperando un mesías para el mundo y entendido desde el mundo, es decir, un liberador que a golpe de espada sentará su trono dominando a los actuales opresores, y en el que los mismos discípulos compartieran su gloria mundana: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. ¡Perdóname!, pero esa es quizás la pretensión que anida en nuestros corazones en tantas ocasiones: que aquellos que nos ocasionan el mal los veamos defenestrados y rendidos ante nuestras evidencias.

Dónde hemos dejado el signo que nos caracteriza a los cristianos, esa Cruz que no sólo nos acompaña, sino que ha de ser carne de nuestra carne, y en la que encontramos la verdadera gloria de Dios: “¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”. El escándalo del mundo sigue siendo ver a un Mesías e Hijo de Dios clavado en la Cruz. Y tú yo, aunque nos lamentemos por tantas situaciones injustas, y tanto devaneo existencial (también en España), hemos de proclamar a los “cuatro vientos” que es en ese Cristo, muerto y resucitado, donde encontramos la paz, la alegría y la felicidad… todo lo demás, nunca lo olvides, es mentira. O si quieres, en un tono más positivo, todo lo demás sólo encuentra sentido si Él está.

Acudamos a la María, madre del Amor Hermoso. Ella, sostuvo a su Hijo entre sus brazos cuando lo bajaron del madero, y aún nos sigue mirando, siempre con ternura, para que también lo sostengamos junto a nuestro pecho… y nada más nos importe… sólo tenerle a Él.